LA DICTADURA DE LAS FORMAS
A medida que la Humanidad ha ido avanzando en la historia reciente, ha ido cobrando cada vez mayor importancia el mensaje breve, propio del predominio de los medios de comunicación masiva. Lo que el público consume es el titular y cuando se trata de noticiarios televisivos o radiales sólo es capaz de recordar un par de ideas y sólo de algunas de las informaciones que se le han entregado.
Esta situación ha sido cabalmente comprendida por el actual Gobierno, que ha llevado adelante un cuidadoso plan de marketing para promover sus iniciativas, a diferencia de las administraciones anteriores de la Concertación, que preferían el uso de los símbolos como elemento de comunicación, que, sin duda, tiene mayores significados y de mayor profundidad que un titular pero que, al mismo tiempo, corre el riesgo de caer en el vacío si no es bien comprendido por el público.
El titular o la cuña, como se le llama en jerga periodística a la frase que el político entrega sabiendo que será la que será reproducida en radio y televisión, tienen el mérito de producir un impacto concreto, aunque no perdure en el largo plazo.
Lo que hace el Gobierno entonces es utilizar concienzudamente este método, reiterándolo cuando considera necesario asegurar que el mensaje llegue a la gente, como lo ha venido haciendo al decir, cada vez que entrega un balance de sus logros, que sus éxitos superan a lo hecho por el Gobierno anterior. Como es natural, el público es incapaz de recordar las cifras o aun el asunto del que se trata la información, pero sí entiende que esta administración lo está haciendo mejor que la pasada.
Frente a esto se tiene que responder con un lenguaje similar, lo que no ha logrado definir la actual oposición, que tiende a la queja, como si su adversario estuviera haciendo trampa. Si de fútbol se tratara, lo que se escucharía desde la Concertación sería la protesta por un gol realizado en posición de adelanto.
El problema es que el público, que es el que hace de árbitro para estos efectos, no vio la jugada sino el gol solamente y lo está validando y a punto de sacar tarjeta amarilla a quienes protestan porque, tal como sucede en el fútbol, el árbitro no tiene la posibilidad de ver la posición del goleador por una pantalla de televisión, en cámara lenta ni repitiendo la imagen sino que se atiene a lo estrictamente formal, y eso es que hubo un gol.
Puede ser injusto que las formas prevalezcan sobre el fondo, pero es la manera en que se debaten -o dejan de debatir- las ideas en política. El slogan está sobre el discurso y la frase capaz de dejar huella en la mente del público predomina sobre los pesados volúmenes con cifras que puedan demostrar lo contrario de lo que se afirma. Parafraseando el slogan usado por Bill Clinton para derrotar a Bush padre -“es la economía, estúpido”-, la Concertación debería entender que ahora se trata del lenguaje.
Esta situación ha sido cabalmente comprendida por el actual Gobierno, que ha llevado adelante un cuidadoso plan de marketing para promover sus iniciativas, a diferencia de las administraciones anteriores de la Concertación, que preferían el uso de los símbolos como elemento de comunicación, que, sin duda, tiene mayores significados y de mayor profundidad que un titular pero que, al mismo tiempo, corre el riesgo de caer en el vacío si no es bien comprendido por el público.
El titular o la cuña, como se le llama en jerga periodística a la frase que el político entrega sabiendo que será la que será reproducida en radio y televisión, tienen el mérito de producir un impacto concreto, aunque no perdure en el largo plazo.
Lo que hace el Gobierno entonces es utilizar concienzudamente este método, reiterándolo cuando considera necesario asegurar que el mensaje llegue a la gente, como lo ha venido haciendo al decir, cada vez que entrega un balance de sus logros, que sus éxitos superan a lo hecho por el Gobierno anterior. Como es natural, el público es incapaz de recordar las cifras o aun el asunto del que se trata la información, pero sí entiende que esta administración lo está haciendo mejor que la pasada.
Frente a esto se tiene que responder con un lenguaje similar, lo que no ha logrado definir la actual oposición, que tiende a la queja, como si su adversario estuviera haciendo trampa. Si de fútbol se tratara, lo que se escucharía desde la Concertación sería la protesta por un gol realizado en posición de adelanto.
El problema es que el público, que es el que hace de árbitro para estos efectos, no vio la jugada sino el gol solamente y lo está validando y a punto de sacar tarjeta amarilla a quienes protestan porque, tal como sucede en el fútbol, el árbitro no tiene la posibilidad de ver la posición del goleador por una pantalla de televisión, en cámara lenta ni repitiendo la imagen sino que se atiene a lo estrictamente formal, y eso es que hubo un gol.
Puede ser injusto que las formas prevalezcan sobre el fondo, pero es la manera en que se debaten -o dejan de debatir- las ideas en política. El slogan está sobre el discurso y la frase capaz de dejar huella en la mente del público predomina sobre los pesados volúmenes con cifras que puedan demostrar lo contrario de lo que se afirma. Parafraseando el slogan usado por Bill Clinton para derrotar a Bush padre -“es la economía, estúpido”-, la Concertación debería entender que ahora se trata del lenguaje.
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