¿Se entiende?
Un
estudio efectuado por el Centro de Microdatos de la Escuela de Economía de la
Universidad de Chile vino a confirmar algo de lo que ya se tenía antecedentes
por otras vías: El 44 por ciento de los chilenos -hasta los 65 años de edad- no
entiende lo que lee.
No
es un asunto de la crisis actual de la educación, sino de una deficiencia
educativa y social que se arrastra hace mucho, como lo confirma el rango de
edad de las personas que fueron objeto del estudio. Y destaco lo de social porque significa que
la sociedad tampoco hace nada por ayudar a ese 44 por ciento que carece de
comprensión lectora. Es decir, les deja
ser parte de la sociedad sin cuestionar en nada sus limitaciones y, mucho
menos, brindarles ayuda. Que se entienda
bien: No se trata de volver al voto censitario que le gustaba a Portales, sino
de empujar el progreso cultural y social ayudando a subirse a los que se quedan
rezagados.
Los
problemas de comprensión se advierten con toda claridad en el debate político y
económico, con gente que prefiere agredir al que piensa distinto sin detenerse
a pensar si el pensamiento propio es coherente y se encuentra bien fundamentado,
y menos aún dispuesta a comprender a cabalidad los argumentos de la contraparte. Si no se entiende lo que dice un papel,
¿cómo se van a entender sutilezas como las de justificar que no se justificó el
golpe o que se pide perdón sin pedir realmente perdón?
Esta
dificultad para entender lo que se lee -y que presumo se extiende al lenguaje
oral- tiene una implicancia lógica en cuanto a no tener tampoco la capacidad
para explicar con claridad las ideas ni para elaborar un pensamiento ordenado y
lógico, y que es necesario también para expresar las emociones. No se puede dialogar sin un compromiso
auténtico por comprender las ideas de quienes piensan distinto y por expresar
con claridad el pensamiento propio.
Sin
diálogo no hay construcción de acuerdos.
Entonces, ¿cómo vamos a ser un país reconciliado -incluso si ello fuera
posible y deseable- si no nos escuchamos unos a los otros?
En
estas condiciones, hasta las peticiones y ofrecimientos de perdón de estos días
por los errores de hace 40 años pueden verse vacíos del valor moral que
deberían contener. El perdón es un acto
que sólo se valida en la medida que lleva aparejado el arrepentimiento y la
reparación del daño provocado. Decir
“pido perdón pero lo volvería a hacer”
no es sincero, así como tampoco sirve perdonar pero continuar con un
lenguaje descalificatorio porque perdonar significa también borrar las faltas.
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