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Location: Quilpué, Valparaíso, Chile

Soy periodista y comentarista político.

Sunday, October 20, 2013

Ya no es lo mismo

   
Nadie duda que la franja de propaganda política del plebiscito de 1988 fue decisiva para el triunfo del NO, y no porque hiciera cambiar de opinión a los votantes sino porque creo el ambiente de confianza necesario para que se atrevieran efectivamente a concurrir a las urnas y votar que no en momentos en que se difundían todo tipo de mitos, como la transparencia del voto, la decisión de la dictadura de desconocer los resultados y hasta la asistencia de satélites para saber el voto de cada uno de los chilenos.   El miedo es absurdo y lo que hizo esa franja fue controlar las consecuencias del temor.

   Hoy en día, en la sexta elección presidencial tras el plebiscito y la séptima de parlamentarios, el recurso de la propaganda en televisión parece estar agotado y se puede suponer que tendrá poco efecto. Contribuyen a ello básicamente dos factores: Por un lado, que existe hoy en día una oferta muchísimo más amplia.  En 1988 estaban sólo los canales televisivos de señal abierta y hoy en muchos hogares está el cable que permite cambiar de canal si la programación aburre, y si no se encuentra nada se recurre a internet.

   El segundo factor es de responsabilidad de los propios políticos.  Es cierto que la mitología dice que la campaña del NO es insuperable, en términos de creatividad y épica, pero si se renuncia a la ambición de llamar la atención de la ciudadanía el resultado será indefectiblemente deficiente.

   Lo que se ha visto hasta ahora de la franja, salvo tres o cuatro episodios con humor o empatía, parecen mostrar que los candidatos son considerados como un producto más de nuestra sociedad de consumo y que se ha olvidado la diferencia entre publicidad y propaganda.   La primera está destinada a la venta de bienes y servicios, en tanto que la segunda sirve para la transmisión de ideas y la captación de adhesiones.

   Las franjas de los nueve candidatos presidenciales tienen pinceladas de contenidos, pero sobre todo están diseñadas con el fin de conquistar la simpatía del televidente, y en ese sentido sí deben ser calificadas como propaganda.   Los que aspiran a que se transmitan los programas de gobierno en la franja tienen que entender que la televisión no es el formato más adecuado.  La pantalla entrega emociones, sensaciones, pero no reflexiones.   Para el pensamiento, el soporte ideal es el papel pero como se lee poco resulta contradictorio pedir contenidos que no serán asimilados.


   El punto que queda por resolver es si la franja servirá para modificar el voto de los ciudadanos y para motivar a las personas a que concurran realmente a votar. Es posible que la propaganda no lo logre pero sí pueden tener efecto las polémicas que se susciten a propósito de la franja.