Politica e Ideas

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Location: Quilpué, Valparaíso, Chile

Soy periodista y comentarista político.

Sunday, December 27, 2009

SER PROGRESISTA


Es la última moda, la novedad del año como diría un vendedor callejero promocionando un juguete navideño, pero amenaza con permear la segunda vuelta de la elección presidencial. Se trata de ser progresista, un concepto que a punta de uso y abuso se ha convertido en una expresión vacía, a tal punto que el candidato presidencial de la Derecha se ha declarado como progresista y nadie ha sabido rebatir su argumento de que ser progresista significa "derrotar la delincuencia, la pobreza, el narcotráfico y devolverle a las familias su derecho de vivir sin temor y con dignidad".

Su competidor responde diciendo que "no vamos a aceptar que aquellos que se dicen progresistas, que le quitaron el 10% a los jubilados, vengan a decir que ahora se van a preocupar de los jubilados, que ahora se van a preocupar por los asalariados… Ahora dicen que son progresistas: Lean el programa; quieren terminar con las indemnizaciones por los años de servicio, quieren aumentar la jornada, no tienen ninguna voluntad de que los trabajadores chilenos se puedan organizar. Eso no es ser progresista", planteó, aunque sin explicar qué es ser progresista verdaderamente.

De acuerdo al diccionario de la Real Academia, el progresista es quien sostiene “ideas de avanzada”. ¿Y cuáles serían estas si las dos candidaturas que siguen en carrera no parecen diferenciarse demasiado en sus propuestas económicas, o al menos no han demostrado mayores diferencias cuando tuvieron cada uno de ellos posibilidades de incidir en la marcha del país?

Desde el punto de vista de la lógica, ser progresista significaría hacer avanzar a la Nación a partir de la situación actual. No es mantener lo mismo ni retroceder en las pocas conquistas sociales de los últimos años. Cuando se trata de protección social, nuevamente ambas candidaturas proponen más o menos lo mismo. Desde el punto de vista de las libertades, el progresista es el que se declara liberal; en lo económico, el marxista; y en lo político, el que reúne todas las condiciones anteriores, lo que comprobaría que declararse progresista no pasa de ser un slogan para usar en una campaña electoral.

Hay que recordar que la disputa entre “progresistas” y su opuesto, “que vendrían a ser los “conservadores” data desde la Revolución Francesa, a 220 años de distancia y aunque en este tiempo el progresismo ha tendido a identificarse con la izquierda, las etiquetas han dado varios cambios de sentido. Es cosa de recordar que en los regímenes socialistas, los marxistas eran los conservadores y quienes se oponían los progresistas.

Así las cosas, y dado que la condición de “progresista” se define a partir de la realidad específica de cada país, parece que en Chile quedará como progresista aquel que logre convencer a la mayoría de los votantes, asumiendo que ser “progresista” es lo que demanda la mayor parte del electorado y que, cuando todos se declaran como progresistas, todos dejan de serlo de inmediato.

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Sunday, December 20, 2009

PALOS DE CIEGO


Por primera vez, un candidato presidencial que queda en tercera posición en la primera vuelta electoral se ha transformado en el nudo de la competencia para la segunda vuelta. La reacción es lógica, ya que de todas las elecciones realizadas desde que existe el mecanismo de la segunda vuelta, es la primera vez que el tercero en carrera alcanza una votación significativa y es también la primera vez que existen dudas respecto al destino de los votos del tercer candidato.

Lavín sacó más votos que Enríquez-Ominami, pero era evidente que el grueso de sus sufragios iría a Piñera. Ahora se ha planteado que el caudal del díscolo se dividiría en tres tercios, aproximadamente, en beneficio de Frei, Piñera y del voto nulo, que en estas circunstancias favorecería a Piñera, ya que se trata de obtener la mayoría de los votos válidamente emitidos, con lo que los nulos sólo sirven para reducir la meta final.

Con la confusión, la Navidad y el año nuevo entre medio, el mes teórico de campaña para la segunda vuelta se acorta a unos pocos días y aún no se divisan luces de que los comandos de los candidatos en carrera logren entender por qué el caso de los votantes de Enríquez-Ominami es distinto a lo que se ha visto en estas ya casi dos décadas de democracia.

Por un lado, votaron por el candidato independiente personas que podrían haber optado por Piñera en la primera vuelta, pero que se sintieron atraídos por el mensaje liberal de Enríquez-Ominami. Para ellos sólo se ha entregado como mensaje la posibilidad de que el programa económico de Piñera incluya algunas de sus propuestas, pero nada central.

Por el otro lado, personas que históricamente han votado por la Concertación también prefirieron en esta oportunidad a Enríquez-Ominami, no sólo en señal de protesta por el anquilosamiento del pacto gubernamental o los casos de corrupción conocidos y por conocer, sino porque se sintieron interpelados por una convocatoria a la mística, a la recuperación de los sueños que la Concertación ni siquiera contempla en sus propuestas.

Así las cosas, tuvo que salir por escrito en la prensa qué es lo que pide el sector de Enríquez-Ominami para facilitar que alguien entienda qué representa: La salida de los presidentes de la Concertación, no por una cuestión de animosidad en su contra -salvo el caso de Camilo Escalona- sino porque representan una forma de hacer política que se considera atrasada en varias décadas; que se avance en la democratización del país con la elección de las autoridades regionales y la legislación que posibilite la iniciativa popular de ley; en lo económico, una reforma tributaria con sentido de justicia social y la corrección del royalty a la minería. Pero no hubo respuesta.

¿Implica ello que no se quiere o no se sabe ver lo que representa Enríquez-Ominami; que se cree que las formas tradicionales de hacer política bastarán para recuperar a los descreídos de un sistema político que se basa en el blanco o negro; o que cada comando cree que acceder a las peticiones del mundo que representó la tercera candidatura es un riesgo aún mayor que perder la elección?

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Monday, December 14, 2009

LA MURALLA SIGUE EN PIE


Malas noticias. Si alguien pensó que las elecciones de ayer domingo servirían para cambiar la realidad política nacional, el error fue mucho más grande de lo que hasta los más pesimistas consideraron en los días previos.

No sólo los candidatos que representaban alternativas respecto al escenario político previo fueron derrotados sino que, en las parlamentarias, salvo tres excepciones del PRI, los 120 diputados electos corresponden al esquema esquematizado en blanco y negro de Concertación-Alianza.

Se podrá argumentar que fueron elegidos tres candidatos comunistas, pero la verdad es que no fueron electos por mérito propio sino gracias al subsidio de la Concertación, por lo que al menor asomo de rebeldía se les retirará el apoyo y languidecerán a la espera de una reelección que nunca llegará.

La ciudadanía no sólo parece satisfecha del sistema electoral binominal, contra el cual se ha vertido tanta tinta crítica, sino que además votó siguiendo el esquema del bipartidismo que impone el binominal, a pesar de que en esta ocasión, más que nunca antes, tuvo otras opciones. La única conclusión posible al respecto es que el sistema binominal ya no necesita un modelo electoral determinado porque ya forma parte de la cultura política nacional.

En este sentido, el término de la exclusión que se ha proclamado en las últimas horas como el gran cambio de estos comicios no es real. Los comunistas electos lo fueron por un subsidio, y los únicos diputados electos realmente alternativos son los tres del PRI, gracias a su condición de caudillos locales, y un diputado independiente en Punta Arenas, apoyado por el respectivo caudillo local.

Gracias al subsidio, los comunistas con el 2 por ciento elijen tres diputados; mientras que los adherentes de Enríquez-Ominami, que suman 4,5 por ciento no elijen ninguno; y el Pacto del PRI con el MAS sumando 4,4 por ciento elijen otros tres diputados. Es evidente que el sistema electoral no representa fielmente la decisión ciudadana, pero esas son las reglas aceptadas por todos. El hecho de que, en lugar de hacerse una reforma, la Concertación haya preferido subsidiar a los postulantes del PC habla bien de su generosidad, que será debidamente retribuida en la segunda vuelta de la elección presidencial, pero no es una solución al problema de fondo, que es la falta de representatividad del sistema político.

El aspecto más preocupante es el 20 por ciento alcanzado por el candidato independiente Marco Enríquez-Ominami, que queda fuera de la contienda presidencial y sus partidarios marginados del Congreso. Uno de cada cinco chilenos no tiene entonces ningún representante ni en el Ejecutivo ni en el Legislativo.

Desde ese punto de vista, tras estas elecciones la muralla que limita el desarrollo de la democracia, impuesta por la dictadura a través del sistema binominal y bien aceptada por los dos grandes pactos políticos, sigue tan firme como siempre, con el agravante de que las esperanzas de un 20 por ciento de personas (25 por ciento si se considera el pacto del PRI y el MAS) en un cambio de la política nacional, aunque parcial y limitado, se ha vuelto a estrellar contra la realidad.

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Sunday, December 06, 2009

EL FUTURO DEL PAÍS


Por esas casualidades mágicas, el funeral de Víctor Jara se llevó a efecto apenas ocho días de la elección presidencial y parlamentaria del próximo fin de semana. Evidentemente, no hay una relación entre una cosa y la otra, pero la idea de que el país se reencuentre con los errores del pasado y los repare habla bien de una nación que tiene que tomar una decisión respecto a su futuro.

La elección presidencial no se limita de modo exclusivo a resolver quién ocupará La Moneda por los siguientes cuatro años, sino que es, en cierta forma, el cierre de un excesivamente largo proceso de reconciliación y reencuentro entre los chilenos.

El hecho de que, por primera vez en veinte años, no esté remotamente asegurado el triunfo de la Concertación, que fue a su vez el pacto político encargado de conducir el camino de recuperación de la democracia es una señal clara de que, esta vez sí, la transición está cerrada, a pesar de que su término sea incompleto e insatisfactorio. Veinte años han sido más que suficientes para sanar las heridas abiertas por la dictadura, y si no se ha logrado avanzar más en la reconciliación es necesario asumir que el resto sólo dependerá del tiempo.

Aunque suene duro para algunos, lo que se juega en esta elección es el tipo de desarrollo político, económico y social que tendrá Chile durante la primera mitad del siglo XXI. Está la posibilidad de retomar el camino del liberalismo puro, retomando lo que se hizo durante la dictadura con las correcciones dadas por la experiencia de estas últimas dos décadas en Chile y el mundo; está la alternativa del modelo de mercado con protección social, inspirado en las naciones del norte de Europa con las limitaciones de un país subdesarrollado; y está la opción de poner el acento en la redistribución de la riqueza, sin descuidar necesariamente el crecimiento.

Estas fórmulas no son excluyentes ni absolutas porque, aunque tampoco sea del agrado de algunos grupos del mismo modo que ocurre con el tema de los derechos humanos, el mercado como herramienta de la economía ya no está en discusión y las únicas diferencias entre las candidaturas se refieren al acento de su relevancia dentro del Estado.

La elección de fondo, la relevante, es si seguiremos delegando en la clase política la tarea de tomar las decisiones importantes para el país, o sí, de acuerdo a esa señal de madurez cívica que se dio con el funeral de Víctor Jara, en que unos y otros, por sobre cualquier diferencia política del pasado, reconocieron la importancia de dar una despedida digna a uno de nuestros más grandes artistas, serán los ciudadanos los que tomarán el control sobre sus vidas y sus destinos.

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LO QUE QUIERE CHILE


Parafraseando a Freud con su ¿qué quiere le mujer?, los candidatos presidenciales y parlamentarios se han venido preguntando ¿qué quieren los chilenos”, con el único propósito de poder interpretar de mejor manera los anhelos de la ciudadanía y mostrarse ante esta como las personas más capacitadas para llevar adelante sus proyectos y sueños.

Es una tarea nada fácil, porque una de las principales transformaciones de las últimas décadas ha sido la multiplicación de las diferencias al interior de la sociedad chilena, por lo que quien aspire a contar con la mayoría del respaldo expresado en los sufragios tiene que comprender cuáles son los grupos mayoritarios, de modo de poder asegurar una base de apoyo suficiente para alcanzar el triunfo electoral.

En todo caso, la tónica en estos tiempos parece ser el imperio de las minorías. Ya no se habla de lo habitual sino de lo que se escapa a la norma, y en esa carrera por lograr la identificación con cada nuevo grupo social que parece tomar existencia se producen dos riesgos: Por un lado, olvidar al promedio, ese que no pertenece a las minorías sino que es un poco de cada cosa, el que tiene una pizca de esto y de aquello.

El segundo riesgo es perder la propia identidad, en el apuro por lograr la identificación con la mayor variedad posible de potenciales electores. Una cosa es conquistar la empatía con los votantes y otra muy distinta es convertirse en un remedo de un pastiche, una suerte de collage antropológico en el que la esencia se pierde ahogada por los múltiples rostros que se asumen como caretas, reemplazables y desechables.

Cuando se llega al extremo de la exageración, lo que es un proceso relativamente esperable cuando se afrontan campañas estrechamente disputadas y extensas, en que cada voto parece ser decisivo y cada día parece ser el último y definitivo, es posible llegar a suponer que puede ser preferible mostrarse con total honestidad y transparencia al electorado y pedir que sean los propios ciudadanos los que decidan si se sienten representados por determinado candidato.

Por otra parte, sería oportuno recordarle a los votantes que en una democracia representativa, como se supone es la chilena, los gobernantes no son dueños absolutos de la verdad ni son personajes omnipotentes capaces de resolver con su sola firma la infinita variedad de problemas que enfrenta cualquier grupo humano, sino que sólo representan a los propios ciudadanos y cualquier avance es fruto del esfuerzo colectivo.

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