LA FUERZA DE LA TERCERA FUERZA
Cuando dos bloques políticos se encuentran en un virtual empate, la única forma de romper la inmovilidad que se produce está en la introducción de una cuña que actúe como tercera fuerza. Es un hecho que, aunque las encuestas muestren un predominio de la Concertación sobre la Alianza por Chile, en las dos últimas elecciones presidenciales se ha producido un virtual empate entre estos dos grupos, y si la Concertación ha triunfado en la segunda vuelta ha sido por el apoyo de la Izquierda extraparlamentaria. Incluso, en el caso de Bachelet los dos postulantes de la Derecha sumaron más votos que la Concertación en la primera vuelta, sin poder consolidar un triunfo en las urnas con posterioridad.
Así ocurrió en Alemania cuando se formó el Partido Verde, que durante varios períodos pudo inclinar la balanza a favor de la Social Democracia o de la Democracia Cristiana porque, a pesar de tener una exigua importancia electoral, tenía el peso necesario para decidir quién tomaría el Gobierno.
Aparentemente esta es la apuesta que están haciendo los colorines en la Democracia Cristiana o el Movimiento Humanista Cristiano. Hasta ahora, los que se han salido de la Concertación no han tenido el respaldo que pretendían, pero siempre han sido aventuras personales, por lo que no es prudente afirmar que estos intentos estén condenados al fracaso.
El éxito no depende, sin embargo, de buenos propósitos ni de actos voluntariosos sino de la capacidad de asumir las expectativas ciudadanas, y desde este punto de vista es un hecho que ni la Concertación ni la Alianza han tenido la capacidad de responder plenamente a lo que se espera de ellas. La gente quiere participación y que los políticos den soluciones, en lugar de limitarse a la lucha por el poder.
La Presidenta Bachelet tuvo el acierto de apelar a la ciudadanía para su elección, evitando una vinculación directa con los partidos políticos tradicionales, pero no ha tenido la misma habilidad para dar conducción a las diversas inquietudes ciudadanas, que han terminado por canalizar la búsqueda de soluciones a sus necesidades a través de medios alternativos a los partidos, lo que confirma que los partidos no están siendo los vehículos de expresión ciudadana que debieran ser.
Quien tenga la capacidad de asumir la representación de la inmensa masa de votantes que no se siente interpretada por la Concertación o la Alianza -aunque terminen votando por sus candidatos- tendrá la posibilidad cierta de recibir un apoyo electoral que, a pesar de ser limitado, podrá permitirles contar con la llave para conformar el futuro Gobierno. Si después se tiene la habilidad de administrar una cuota del 5 por ciento de los votos, el sistema político chileno podría dirigirse a un cambio que las actuales coaliciones no han podido generar.
Así ocurrió en Alemania cuando se formó el Partido Verde, que durante varios períodos pudo inclinar la balanza a favor de la Social Democracia o de la Democracia Cristiana porque, a pesar de tener una exigua importancia electoral, tenía el peso necesario para decidir quién tomaría el Gobierno.
Aparentemente esta es la apuesta que están haciendo los colorines en la Democracia Cristiana o el Movimiento Humanista Cristiano. Hasta ahora, los que se han salido de la Concertación no han tenido el respaldo que pretendían, pero siempre han sido aventuras personales, por lo que no es prudente afirmar que estos intentos estén condenados al fracaso.
El éxito no depende, sin embargo, de buenos propósitos ni de actos voluntariosos sino de la capacidad de asumir las expectativas ciudadanas, y desde este punto de vista es un hecho que ni la Concertación ni la Alianza han tenido la capacidad de responder plenamente a lo que se espera de ellas. La gente quiere participación y que los políticos den soluciones, en lugar de limitarse a la lucha por el poder.
La Presidenta Bachelet tuvo el acierto de apelar a la ciudadanía para su elección, evitando una vinculación directa con los partidos políticos tradicionales, pero no ha tenido la misma habilidad para dar conducción a las diversas inquietudes ciudadanas, que han terminado por canalizar la búsqueda de soluciones a sus necesidades a través de medios alternativos a los partidos, lo que confirma que los partidos no están siendo los vehículos de expresión ciudadana que debieran ser.
Quien tenga la capacidad de asumir la representación de la inmensa masa de votantes que no se siente interpretada por la Concertación o la Alianza -aunque terminen votando por sus candidatos- tendrá la posibilidad cierta de recibir un apoyo electoral que, a pesar de ser limitado, podrá permitirles contar con la llave para conformar el futuro Gobierno. Si después se tiene la habilidad de administrar una cuota del 5 por ciento de los votos, el sistema político chileno podría dirigirse a un cambio que las actuales coaliciones no han podido generar.