Chilito y los chilenitos
La
realización de la Cumbre Celac-UE ha permitido satisfacer una de las
dimensiones más queridas por el ego nacional: Tener a decenas de mandatarios
extranjeros alabando al país, diciéndonos que somos un país ordenado institucional
y económicamente, que hemos sabido sortear las dificultades de las crisis
internacionales, que hemos resistido las tentaciones populistas y demagógicas,
que somos casi-casi parte del Primer Mundo.
Eso
nos encanta, aunque sepamos al mismo tiempo que tenemos los pies de barro
debajo de esa estatua brillante que se irgue para recibir las loas que,
posiblemente, no pasen de ser palabras educadas con el país anfitrión.
¿Sentirán
los extranjeros la misma admiración por nuestra excelencia cuando ven, por
ejemplo, que en una de las primeras reuniones el color de fondo de la bandera
de la Unión Europea -azul con estrellas amarillas- fue reemplazado por un tono
violeta que no tiene nada que ver con las exigencias básicas de la organización,
que seguramente será calificada de todos modos como impecable cuando se vayan
las visitas?
Las
alabanzas a la economía nacional no consideran tampoco los signos de corrupción
dejados en evidencia, por ejemplo, con el caso de La Polar, o con la
precariedad del empleo o el nivel de endeudamiento de las personas.
Las
loas a la estabilidad institucional y política no toman en cuenta que en
nuestro país tenemos un sistema electoral que deja sin posibilidades de
representación a un alto porcentaje de personas, ni que no tenemos mecanismos
de solución de los conflictos ni para que las personas logren la revocación del
mandato de las autoridades electas que no cumplen con sus deberes.
Las
exaltaciones a este país que le gusta sentirse culturalmente cerca de Europa y
económicamente a los llamados “jaguares asiáticos”, tampoco tienen relación con
una Nación en la que más del 80 por ciento de los chilenos no entiende lo que
lee y la mitad de ellos simplemente no lee libros. Del mismo modo, no tienen nada que ver con
que tenemos una vasta población que no tiene la capacidad para desempeñar más
que trabajos manuales.
Los
visitantes extranjeros tampoco dicen que no sabemos proteger nuestras riquezas
naturales, que embarcamos el cobre sin fundirlo ni refinarlo, que estamos
dispuestos a agotar nuestras reservas de peces por venderlos pronto, que
podemos arrasar con la naturaleza y las tierras aptas para agricultura para
reemplazarlas por condominios o viviendas sociales. ¿Por qué no lo dirán? ¿Dirán algo de nuestra manía de exagerar con
los diminutivos mientras ostentamos al mismo tiempo aires de grandeza?