LOS MALEDUCADOS
Sumemos 1 + 1: Si aceptamos que los niños y la juventud aprenden en gran medida por el ejemplo que les dan sus mayores, y que todos los adultos estamos sintiendo cada vez más que es posible actuar a nuestro gusto, sin preocuparnos del respeto por los demás, tenemos la explicación de la preocupación de muchos por futuro de nuestro país, aunque increíblemente, y al mismo tiempo, una pista clara sobre algunas de las cosas que hay que rectificar.
Si a eso agregamos que el mayor ejemplo de comportamiento está en las personas que, por una u otra razón, tienen el beneficio de contar con una mayor difusión de su conducta a través de los medios de comunicación -autoridades, líderes de opinión y figuras destacadas en cada uno de sus ámbitos- resulta evidente que debemos hacer un esfuerzo como sociedad para exigir que todos ellos se comporten de una manera que no redunde en malos ejemplos para las nuevas generaciones.
No es un buen modelo de educación y respeto, por ejemplo, que el gobierno invite a la oposición a conversar de temas políticos y a la salida los acuse de estar interesados en asuntos políticos, como tampoco lo es que la oposición pida una reunión para hablar de la educación y avise por teléfono, dos minutos antes, que no concurrirá a la cita solicitada por ella misma. Ambas conductas se ven tan mal como la patada alevosa de un futbolista a otro, o los comentarios sobre la vida sexual que pueda verter una figura de la farándula respecto de quien fue su pareja, y todos esos casos son una señal para que la gente piense que puede hacer lo que quiere. Total, si lo hace fulanito, que debería cuidarse de lo que dice y hace, nosotros tampoco tenemos que preocuparnos por el respeto.
Es necesario aclarar en todo caso, y siguiendo el refrán, que lo cortés no quita lo valiente. Se puede ser perfectamente educado y respetuoso de los derechos de los demás, sin dejar de expresar la opinión propia ni de demandar por los medios adecuados la satisfacción a los problemas y necesidades de la ciudadanía.
En el otro extremo están quienes consideran cualquier aumento en el volumen de la voz como una falta de educación y se niegan a dialogar con cualquiera que no esté de acuerdo, pr considerarlo falta de urbanidad. Se puede ser educado sin perder fuerza y la fuerza incluso se vigoriza actuando con atención al fondo y a la forma de las cosas.
Es cierto que hay un equilibrio delicado entre una cosa y otra, pero es importante reconocer también que se aprende con el ejemplo, y mientras no se actúe con ese criterio en la mente, lo más probable es que la sociedad vea empeorar sus códigos de conducta en formas que, sin ser delitos ni faltas, sí que afectan la capacidad de todos de entendernos y llegar a acuerdos.
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