NO ES MALO SER MAYOR
Cuando se produjeron a lo ancho del mundo las revueltas de mayo del '68, trastocando el orden instituido luego de la Segunda Guerra Mundial, todo parecía indicar que era el momento en el que la juventud se haría cargo de los destinos del planeta. Lo mismo ocurría en la política como en la cultura y los distintos ámbitos de la sociedad. Pasó el tiempo y se volvió a una situación de equilibrio, en la que los jóvenes plantean sus demandas pero son los adultos los que la administran.
En estos días en que los jóvenes han protagonizado el escenario nacional, hay quienes sienten nuevamente la tentación de ceder a estos la prerrogativa de determinar los destinos del país, posiblemente recordando la oportunidad que tuvieron en el pasado y que, por distintas circunstancias, no pudieron llevar a la realidad.
No es posible, sin embargo, recuperar la juventud ni el momento histórico, pero sí es conveniente aportar la experiencia de quienes han llegado a la madurez, habiendo pasado por esa verdadera explosión juvenil que fue la década de los '60s, de modo que los jóvenes de ahora sí puedan alcanzar al menos parte de sus objetivos.
El progreso de las sociedades depende de muchos factores, y sin duda el impulso juvenil es parte importante aunque no puede ser excluyente, por muy atractivo que sea el entusiasmo de querer convertir todas las estructuras sociales mediante actos de voluntarismo. También se requiere la madurez de los adultos para definir cuándo es prudente o imprudente determinado cambio, o cuándo hay que ir por etapas sin pretender cambios radicales. No siempre eso significa frenar la impetuosidad, sino que es saber graduar las fuerzas, con la estrategia que el entusiasmo suele desconocer.
Para los jóvenes, sin embargo, hay razones de natural desconfianza cuando los adultos tratan de contribuir a su movimiento. Muchas promesas incumplidas, una visión ideologizada de lo que deben hacer los jóvenes contribuyen a esos recelos, y es natural que así sea porque el padre siempre quiere proteger al hijo y el hijo siempre quiere ganar su independencia y autonomía. Lo mismo que ocurre en el plano familiar se reproduce en la escala mayor de la sociedad.
Este es otro desafío: Que los jóvenes sepan aprovechar la experiencia de los mayores y que estos sepan respetar la autonomía que necesitan los jóvenes para aprender por sí mismos de sus errores. Al final, la tarea de hacer avanzar las sociedades es responsabilidad de todos, incluyendo a quienes aparecen en determinado momento como adversarios.
En estos días en que los jóvenes han protagonizado el escenario nacional, hay quienes sienten nuevamente la tentación de ceder a estos la prerrogativa de determinar los destinos del país, posiblemente recordando la oportunidad que tuvieron en el pasado y que, por distintas circunstancias, no pudieron llevar a la realidad.
No es posible, sin embargo, recuperar la juventud ni el momento histórico, pero sí es conveniente aportar la experiencia de quienes han llegado a la madurez, habiendo pasado por esa verdadera explosión juvenil que fue la década de los '60s, de modo que los jóvenes de ahora sí puedan alcanzar al menos parte de sus objetivos.
El progreso de las sociedades depende de muchos factores, y sin duda el impulso juvenil es parte importante aunque no puede ser excluyente, por muy atractivo que sea el entusiasmo de querer convertir todas las estructuras sociales mediante actos de voluntarismo. También se requiere la madurez de los adultos para definir cuándo es prudente o imprudente determinado cambio, o cuándo hay que ir por etapas sin pretender cambios radicales. No siempre eso significa frenar la impetuosidad, sino que es saber graduar las fuerzas, con la estrategia que el entusiasmo suele desconocer.
Para los jóvenes, sin embargo, hay razones de natural desconfianza cuando los adultos tratan de contribuir a su movimiento. Muchas promesas incumplidas, una visión ideologizada de lo que deben hacer los jóvenes contribuyen a esos recelos, y es natural que así sea porque el padre siempre quiere proteger al hijo y el hijo siempre quiere ganar su independencia y autonomía. Lo mismo que ocurre en el plano familiar se reproduce en la escala mayor de la sociedad.
Este es otro desafío: Que los jóvenes sepan aprovechar la experiencia de los mayores y que estos sepan respetar la autonomía que necesitan los jóvenes para aprender por sí mismos de sus errores. Al final, la tarea de hacer avanzar las sociedades es responsabilidad de todos, incluyendo a quienes aparecen en determinado momento como adversarios.
Labels: Andrés Rojo, democracia, jóvenes, movimiento estudiantil, política
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