UNA SERIE DE EVENTOS DESAFORTUNADOS
Hace tres años se lanzó la película “Una serie de eventos desafortunados”, protagonizada por el comediante canadiense Jim Carrey sobre las desventuras de tres hermanos huérfanos, y aunque en los cines nacionales no tuvo el mismo éxito que en el extranjero, su título sirve para graficar lo ocurrido durante el 2007 en la política de nuestro país, en que ninguna autoridad aparece como responsable de los problemas ocurridos, pero todos se han visto afectados por ellos, como si una larga serie de eventos desafortunados les hubiera caído encima por mala fortuna.
Sin embargo, sólo los supersticiosos pueden creer en la mala suerte, y si las cosas han ocurrido es porque tiene que haber habido algún tipo de responsabilidad, aunque salvo el Transantiago, las demás situaciones se han originado más en una culpa de omisión, y eso requiere que las autoridades tengan una mayor consciencia sobre las consecuencias de sus actos porque, por desidia o falta de atención, pueden producirse efectos impensados y, evidentemente, no deseados.
En política, como en muchos otros planos de la vida, se tiende a pensar que la verdad propia es la única real, la única verdadera, pero como el ejercicio de la política se hace en interacción con otras personas no se puede asumir que los demás van a aceptar lo propio como lo único válido.
En ese sentido, la Presidenta tiene razón en pensar que se le mide de una forma distinta por ser mujer; Soledad Alvear en que su camino quedará más despejado sin Adolfo Zaldívar; la Alianza también tiene derecho a pensar que el Gobierno lo ha hecho todo tan mal que hasta le endosan el maremoto de Aysén, pero ninguno de ellos puede prescindir de los demás para llevar adelante sus planes.
Mucho más importante, en todo caso, que la relación entre los distintos actores políticos es la vinculación que ellos puedan establecer con la ciudadanía, porque se tiende a olvidar que los políticos, tanto de Gobierno como de oposición, dependen de la voluntad del pueblo y son simples administradores del poder que les delegan las personas, y este es el argumento por el cual se acepta como legítima la rebelión de la sociedad contra sus gobernantes.
En “Una serie de eventos desafortunados”, Jim Carrey representa el papel del villano que trata de asesinar a los huérfanos para quedarse con su fortuna, pero se equivoca en sus planes por pensar que sus víctimas son niños indefensos, y la moraleja es que, aunque sean niños, no son idiotas y saben distinguir lo bueno de lo malo y cómo defenderse cuando llega el momento. La ciudadanía a veces es considerada como una masa inculta, y cuando se descubre que no es así suele ser muy tarde para reaccionar.
Sin embargo, sólo los supersticiosos pueden creer en la mala suerte, y si las cosas han ocurrido es porque tiene que haber habido algún tipo de responsabilidad, aunque salvo el Transantiago, las demás situaciones se han originado más en una culpa de omisión, y eso requiere que las autoridades tengan una mayor consciencia sobre las consecuencias de sus actos porque, por desidia o falta de atención, pueden producirse efectos impensados y, evidentemente, no deseados.
En política, como en muchos otros planos de la vida, se tiende a pensar que la verdad propia es la única real, la única verdadera, pero como el ejercicio de la política se hace en interacción con otras personas no se puede asumir que los demás van a aceptar lo propio como lo único válido.
En ese sentido, la Presidenta tiene razón en pensar que se le mide de una forma distinta por ser mujer; Soledad Alvear en que su camino quedará más despejado sin Adolfo Zaldívar; la Alianza también tiene derecho a pensar que el Gobierno lo ha hecho todo tan mal que hasta le endosan el maremoto de Aysén, pero ninguno de ellos puede prescindir de los demás para llevar adelante sus planes.
Mucho más importante, en todo caso, que la relación entre los distintos actores políticos es la vinculación que ellos puedan establecer con la ciudadanía, porque se tiende a olvidar que los políticos, tanto de Gobierno como de oposición, dependen de la voluntad del pueblo y son simples administradores del poder que les delegan las personas, y este es el argumento por el cual se acepta como legítima la rebelión de la sociedad contra sus gobernantes.
En “Una serie de eventos desafortunados”, Jim Carrey representa el papel del villano que trata de asesinar a los huérfanos para quedarse con su fortuna, pero se equivoca en sus planes por pensar que sus víctimas son niños indefensos, y la moraleja es que, aunque sean niños, no son idiotas y saben distinguir lo bueno de lo malo y cómo defenderse cuando llega el momento. La ciudadanía a veces es considerada como una masa inculta, y cuando se descubre que no es así suele ser muy tarde para reaccionar.
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