DEMOCRACIA Y PARTIDOS POLÍTICOS
Con motivo del proceso de expulsión del senador Adolfo Zaldívar, una parte del debate se ha centrado en el rol de los partidos políticos dentro de la democracia y, en ese sentido, acerca de la validez de que los partidos puedan dar órdenes a sus parlamentarios mientras se reconoce a estos, al mismo tiempo, el derecho a tener opiniones propias y actuar en consecuencia con ellas con total libertad.
Se ha insistido en que los partidos son esenciales para el funcionamiento de la democracia y, dentro de ella, que requieren como condición indispensable la facultad de ordenar las actuaciones de sus militantes, dándose como argumentación de que ello no se contrapone con las libertades de opinión y expresión garantizadas por la Constitución que las personas pueden entrar y salir con plena libertad de los partidos.
Lo que no se dice es que, en estos tiempos, para los ciudadanos resulta más valioso el ejercicio de sus libertades que la eficiencia de los partidos, cuestión que viene siendo puesta en duda junto con el prestigio del conjunto de la actividad política y va generando entre el público la sensación de que las colectividades, tal como las conocemos, son una institución añeja que no se condice con las expectativas que la democracia abre para el siglo XXI. La posibilidad de que Internet reemplace las asambleas es una eventualidad cada vez más cierta, y los partidos tradicionales no han recogido ese fenómeno.
Lo que se requiere es que las corrientes de opinión al interior de una sociedad puedan canalizarse de manera organizada a través de instituciones creadas explícitamente con ese propósito, y ello podría no requerir de manera excluyente a los partidos políticos. Los movimientos ciudadanos pueden no tener la estructura doctrinaria que se les atribuye a los partidos, pero estos tampoco parecen tener la capacidad de actuar según un cuerpo filosófico de ideas que conduzca a determinado ordenamiento de la sociedad y son percibidos -quizás injustamente- como grupos de personas más preocupados de hacerse del poder que de aportar a la sociedad.
Ante esta perspectiva, es necesario reflexionar seria y profundamente acerca de qué significa la democracia, pero ya no desde el punto de vista de los pensadores clásicos sino desde la realidad y del momento actual, porque pareciera que para mucha gente la democracia sólo representaría el respeto de sus libertades individuales, que solo sumadas dan las garantías necesarias para el conjunto de la comunidad, pero al mismo tiempo las personas parecen dispuestas a organizarse para obtener soluciones específicas y no tienen la paciencia para participar en organizaciones que tienden a ser verticales y cupulares.
En la medida que los partidos no tengan la habilidad para adaptarse a los nuevos requerimientos del sentimiento democrático ciudadano, será la propia democracia la que desplazará a los partidos y promoverá formas de organización más adecuadas a sus necesidades.
Se ha insistido en que los partidos son esenciales para el funcionamiento de la democracia y, dentro de ella, que requieren como condición indispensable la facultad de ordenar las actuaciones de sus militantes, dándose como argumentación de que ello no se contrapone con las libertades de opinión y expresión garantizadas por la Constitución que las personas pueden entrar y salir con plena libertad de los partidos.
Lo que no se dice es que, en estos tiempos, para los ciudadanos resulta más valioso el ejercicio de sus libertades que la eficiencia de los partidos, cuestión que viene siendo puesta en duda junto con el prestigio del conjunto de la actividad política y va generando entre el público la sensación de que las colectividades, tal como las conocemos, son una institución añeja que no se condice con las expectativas que la democracia abre para el siglo XXI. La posibilidad de que Internet reemplace las asambleas es una eventualidad cada vez más cierta, y los partidos tradicionales no han recogido ese fenómeno.
Lo que se requiere es que las corrientes de opinión al interior de una sociedad puedan canalizarse de manera organizada a través de instituciones creadas explícitamente con ese propósito, y ello podría no requerir de manera excluyente a los partidos políticos. Los movimientos ciudadanos pueden no tener la estructura doctrinaria que se les atribuye a los partidos, pero estos tampoco parecen tener la capacidad de actuar según un cuerpo filosófico de ideas que conduzca a determinado ordenamiento de la sociedad y son percibidos -quizás injustamente- como grupos de personas más preocupados de hacerse del poder que de aportar a la sociedad.
Ante esta perspectiva, es necesario reflexionar seria y profundamente acerca de qué significa la democracia, pero ya no desde el punto de vista de los pensadores clásicos sino desde la realidad y del momento actual, porque pareciera que para mucha gente la democracia sólo representaría el respeto de sus libertades individuales, que solo sumadas dan las garantías necesarias para el conjunto de la comunidad, pero al mismo tiempo las personas parecen dispuestas a organizarse para obtener soluciones específicas y no tienen la paciencia para participar en organizaciones que tienden a ser verticales y cupulares.
En la medida que los partidos no tengan la habilidad para adaptarse a los nuevos requerimientos del sentimiento democrático ciudadano, será la propia democracia la que desplazará a los partidos y promoverá formas de organización más adecuadas a sus necesidades.
Labels: ciudadanía, democracia, parlamento, participación, partidos políticos, política
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