EL REGRESO DE LOS TRES TERCIOS
Durante buena parte del siglo XX, la política en Chile siguió el modelo de los tres tercios, en el que las preferencias del electorado se distribuían entre los partidos de Izquierda, Centro y Derecha sin dar el predominio absoluto a ninguno de ellos y obligando, por lo tanto, a que el Centro diera la mayoría a las corrientes dominantes.
Con el fin de evitar esa situación que significa en la práctica que ningún sector tuviera mayorías parlamentarias sólidas, debido a que era habitual que los pactos iniciales se desarmaran tras poco tiempo, el general Pinochet estableció el sistema electoral binominal, dentro del propósito más amplio de reemplazar los tres tercios por dos polos claramente diferenciados.
Sin embargo, transcurridos ya casi dos décadas de este experimento es posible constatar que la idiosincrasia nacional sigue ordenándose de modo aproximado en tres tercios, aunque ahora se llaman Concertación, Alianza e indiferentes o independientes, repitiéndose una situación de empate entre los polos pero sin otorgar una expresión electoral al Centro de los indiferentes para que se resuelva la paridad electoral existente.
Al mismo tiempo, en ninguno de los dos pactos se ha producido una cohesión que les signifique ser algo más que la suma de dos, tres o cuatro partidos con coincidencias doctrinarias generales y que, por lo tanto, están más unidos por la búsqueda y la conservación del poder que por una identidad real.
Paralelamente, tanto en la Alianza como en la Concertación, ante la erradicación del Centro político que había con el esquema de los tres tercios, se han ido desplazando doctrinariamente hacia el centro para copar el espacio que suponen les podría garantizar la mayoría, obteniendo con ello sólo como recompensa el desengaño de sus partidarios originales y el descrédito ante el electorado independiente que vota por el mal menor y no por quien los convence realmente.
Frente a este escenario, al interior de cada pacto se ha producido un nuevo fenómeno de polarización con dos mitades luchando por imponer sus visiones estratégicas y que terminan anulándose una a la otra y dejando a todos los actores políticos relevantes en la inmovilidad.
Las soluciones pasan, entonces, por modificar el sistema electoral binominal de modo que los tres tercios que forman parte de la idiosincrasia nacional se puedan expresar, o bien reformando el sistema de partidos de manera que en cada bloque pudiera haber un tercer sector que incline las decisiones a uno u otro lado, proporcionando a cada pacto mayor eficiencia a la hora de definir sus principios y objetivos. Mientras no haya cambios, la clase política seguirá siendo percibida por la ciudadanía como distante e ineficiente.
Con el fin de evitar esa situación que significa en la práctica que ningún sector tuviera mayorías parlamentarias sólidas, debido a que era habitual que los pactos iniciales se desarmaran tras poco tiempo, el general Pinochet estableció el sistema electoral binominal, dentro del propósito más amplio de reemplazar los tres tercios por dos polos claramente diferenciados.
Sin embargo, transcurridos ya casi dos décadas de este experimento es posible constatar que la idiosincrasia nacional sigue ordenándose de modo aproximado en tres tercios, aunque ahora se llaman Concertación, Alianza e indiferentes o independientes, repitiéndose una situación de empate entre los polos pero sin otorgar una expresión electoral al Centro de los indiferentes para que se resuelva la paridad electoral existente.
Al mismo tiempo, en ninguno de los dos pactos se ha producido una cohesión que les signifique ser algo más que la suma de dos, tres o cuatro partidos con coincidencias doctrinarias generales y que, por lo tanto, están más unidos por la búsqueda y la conservación del poder que por una identidad real.
Paralelamente, tanto en la Alianza como en la Concertación, ante la erradicación del Centro político que había con el esquema de los tres tercios, se han ido desplazando doctrinariamente hacia el centro para copar el espacio que suponen les podría garantizar la mayoría, obteniendo con ello sólo como recompensa el desengaño de sus partidarios originales y el descrédito ante el electorado independiente que vota por el mal menor y no por quien los convence realmente.
Frente a este escenario, al interior de cada pacto se ha producido un nuevo fenómeno de polarización con dos mitades luchando por imponer sus visiones estratégicas y que terminan anulándose una a la otra y dejando a todos los actores políticos relevantes en la inmovilidad.
Las soluciones pasan, entonces, por modificar el sistema electoral binominal de modo que los tres tercios que forman parte de la idiosincrasia nacional se puedan expresar, o bien reformando el sistema de partidos de manera que en cada bloque pudiera haber un tercer sector que incline las decisiones a uno u otro lado, proporcionando a cada pacto mayor eficiencia a la hora de definir sus principios y objetivos. Mientras no haya cambios, la clase política seguirá siendo percibida por la ciudadanía como distante e ineficiente.
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