EL CORRECTO USO DE LAS PALABRAS
Con el fin de explicar la falta de respaldo ciudadano, la Presidenta Michelle Bachelet ha acuñado un nuevo término: El “femicidio político”, sin darse cuenta que por seguir la moda respecto al femicidio, que es una situación grave y seria, ha tomado prestada una palabra que no existe -porque están aceptados el homicidio, el fratricidio o el parricidio, pero no el femicidio- y la ha mezclado, además, con el calificativo de “político”, que no tiene nada que ver con el drama que viven muchas mujeres y que, por el contrario, resta relevancia al “femicidio”.
Es comprensible que la Presidenta, que seguramente siente que lo está haciendo lo mejor que puede, trate de dar una explicación a la baja adhesión de las encuestas, pero tiene que tomar en cuenta que, así como ha sido la mandataria peor evaluada desde 1990 a la fecha, tiene de todos modos un nivel de respaldo que le envidiarían muchos gobernantes latinoamericanos a la mitad de sus mandatos. Resulta inevitable, en cualquier caso, recordar al general Pinochet cuando se quejaba de que sus opositores intentaban hacerle un “asesinato de imagen”, lo que sólo viene a confirmar la soledad y la incomprensión del poder.
Días antes, Joaquín Lavín había ya inventado otro término: El “bacheletismo-aliancista”, que tampoco es correcto desde el punto de vista del lenguaje, si se considera, primero que bacheletismo no existe en Chile, como hubo y aún hay un laguismo, un freísmo o un aylwinismo; y luego que si se trata de referirse a la Concertación los términos son contradictorios. Sería como decir “comunista-liberal” o abstemio-alcohólico”.
Si, en cambio, lo que Lavín quiso decir es que no hay diferencias entre uno y otro sector habría que reconocerle mayor grado de genialidad, casi como el que se necesita para descubrir la forma de estar siempre vigente y en el ojo del debate político, incluso cuando no se es candidato a nada.
Las palabras, sin embargo, tienen que ser empleadas adecuadamente porque a partir de su uso es que se construyen las ideas, y sobre estas se levantan las sociedades. Si acostumbramos a los chilenos a que los dirigentes políticos tienen como principal actividad la invención de nuevos términos, nos olvidaremos que su responsabilidad es conducir a la Nación a mejores condiciones de vida.
El afán de llamar la atención a través de la invención de palabras implica además la constatación de que la política se hace a través de los medios de comunicación, y dentro de ellos preferentemente con “cuñas”, que es el término empleado por los periodistas para referirse a la frase que se reproduce textualmente en la boca del protagonista en una información. Hay políticos expertos en cuñas y asesores que los incentivan a hablar en bloques de treinta segundos o menos, para que puedan ser reproducidos con facilidad en la televisión.
Pero se desatienden los contenidos de fondo cuando el uso y abuso de las cuñas lleva al extremo de inventar términos que no tienen sentido en sí mismo.
Es comprensible que la Presidenta, que seguramente siente que lo está haciendo lo mejor que puede, trate de dar una explicación a la baja adhesión de las encuestas, pero tiene que tomar en cuenta que, así como ha sido la mandataria peor evaluada desde 1990 a la fecha, tiene de todos modos un nivel de respaldo que le envidiarían muchos gobernantes latinoamericanos a la mitad de sus mandatos. Resulta inevitable, en cualquier caso, recordar al general Pinochet cuando se quejaba de que sus opositores intentaban hacerle un “asesinato de imagen”, lo que sólo viene a confirmar la soledad y la incomprensión del poder.
Días antes, Joaquín Lavín había ya inventado otro término: El “bacheletismo-aliancista”, que tampoco es correcto desde el punto de vista del lenguaje, si se considera, primero que bacheletismo no existe en Chile, como hubo y aún hay un laguismo, un freísmo o un aylwinismo; y luego que si se trata de referirse a la Concertación los términos son contradictorios. Sería como decir “comunista-liberal” o abstemio-alcohólico”.
Si, en cambio, lo que Lavín quiso decir es que no hay diferencias entre uno y otro sector habría que reconocerle mayor grado de genialidad, casi como el que se necesita para descubrir la forma de estar siempre vigente y en el ojo del debate político, incluso cuando no se es candidato a nada.
Las palabras, sin embargo, tienen que ser empleadas adecuadamente porque a partir de su uso es que se construyen las ideas, y sobre estas se levantan las sociedades. Si acostumbramos a los chilenos a que los dirigentes políticos tienen como principal actividad la invención de nuevos términos, nos olvidaremos que su responsabilidad es conducir a la Nación a mejores condiciones de vida.
El afán de llamar la atención a través de la invención de palabras implica además la constatación de que la política se hace a través de los medios de comunicación, y dentro de ellos preferentemente con “cuñas”, que es el término empleado por los periodistas para referirse a la frase que se reproduce textualmente en la boca del protagonista en una información. Hay políticos expertos en cuñas y asesores que los incentivan a hablar en bloques de treinta segundos o menos, para que puedan ser reproducidos con facilidad en la televisión.
Pero se desatienden los contenidos de fondo cuando el uso y abuso de las cuñas lleva al extremo de inventar términos que no tienen sentido en sí mismo.
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