SILENCIO POR FAVOR
La Navidad es una fiesta eminentemente religiosa y familiar, y aunque muchos caemos en la tentación de la fiebre consumista y nos damos felicitaciones unos a otros sin saber nada del otro y olvidándonos el resto del año de tenderles una mano de ayuda, es una fiesta que invita al recogimiento.
El año nuevo, una semana después, es una fiesta nada religiosa y se trata precisamente de meter mucho ruido, pero de modo invariable -antes o después de los abrazos- uno hace una pausa y se pregunta si el 2006 fue un bueno año y se encomienda con fervor a quien corresponda para que el 2007 sea mejor.
Ambas fiestas requieren un momento de silencio. Pero nuestra sociedad está pasando por una etapa bulliciosa, y esta bulla que escuchamos es tan fuerte que llega a silenciar nuestros pensamientos e impide la necesaria pausa reflexiva al momento de cambiar de ciclo.
Una sociedad que no se permite la evaluación sigue en la misma vorágine ruidosa, sin darse cuenta de que se ha terminado un año, que es necesario evaluar lo bueno y lo malo para hacer las correcciones pertinentes. Una sociedad que no reflexiona actúa comos los caballos de tiro con anteojeras. Siempre para adelante, aunque haya un barranco, aunque vayamos pisando personas en el camino, aunque el camino sea cuesta arriba y a un costado hay una alternativa más rápida.
No sólo hay que actuar, de vez en cuando hay que pensar, pero para pensar se necesita silencio, quietud de espíritu.
Posiblemente, salvo la entrevista del ex-presidente Aylwin no haya mayores novedades políticas en estos días, y por eso me he permitido salirme un poco de la línea habitual de estos comentarios, aunque el lector que me ha seguido se dará cuenta de que todo es lo mismo. Adolecemos de autoridades que sepan imponer las pausas. En la música clásica es tan importante el silencio como la armonía o el ritmo, y estamos adoleciendo de ese momento de introspección.
No se trata de pasarlo sólo planificando y pensando, como tampoco se trata de destinar las energías sólo a la acción. Debe haber un equilibrio, y ese equilibrio se echa de menos cuando lo que predomina es el ruido de la pasión y el alboroto que produce en los espíritus ver que las personas que debieran orientar al país, en lugar de reconocer la necesidad de detener la marcha por unos pocos momentos, aprovechan este mismo momento para volver a reiterar las críticas y ataques que se les han venido escuchando buena parte del año. Si no hay una pausa, es posible pensar que el próximo año continuará el mismo estilo del que se va, y con ello es bien poco probable esperar que el 2007 sea mejor.
El año nuevo, una semana después, es una fiesta nada religiosa y se trata precisamente de meter mucho ruido, pero de modo invariable -antes o después de los abrazos- uno hace una pausa y se pregunta si el 2006 fue un bueno año y se encomienda con fervor a quien corresponda para que el 2007 sea mejor.
Ambas fiestas requieren un momento de silencio. Pero nuestra sociedad está pasando por una etapa bulliciosa, y esta bulla que escuchamos es tan fuerte que llega a silenciar nuestros pensamientos e impide la necesaria pausa reflexiva al momento de cambiar de ciclo.
Una sociedad que no se permite la evaluación sigue en la misma vorágine ruidosa, sin darse cuenta de que se ha terminado un año, que es necesario evaluar lo bueno y lo malo para hacer las correcciones pertinentes. Una sociedad que no reflexiona actúa comos los caballos de tiro con anteojeras. Siempre para adelante, aunque haya un barranco, aunque vayamos pisando personas en el camino, aunque el camino sea cuesta arriba y a un costado hay una alternativa más rápida.
No sólo hay que actuar, de vez en cuando hay que pensar, pero para pensar se necesita silencio, quietud de espíritu.
Posiblemente, salvo la entrevista del ex-presidente Aylwin no haya mayores novedades políticas en estos días, y por eso me he permitido salirme un poco de la línea habitual de estos comentarios, aunque el lector que me ha seguido se dará cuenta de que todo es lo mismo. Adolecemos de autoridades que sepan imponer las pausas. En la música clásica es tan importante el silencio como la armonía o el ritmo, y estamos adoleciendo de ese momento de introspección.
No se trata de pasarlo sólo planificando y pensando, como tampoco se trata de destinar las energías sólo a la acción. Debe haber un equilibrio, y ese equilibrio se echa de menos cuando lo que predomina es el ruido de la pasión y el alboroto que produce en los espíritus ver que las personas que debieran orientar al país, en lugar de reconocer la necesidad de detener la marcha por unos pocos momentos, aprovechan este mismo momento para volver a reiterar las críticas y ataques que se les han venido escuchando buena parte del año. Si no hay una pausa, es posible pensar que el próximo año continuará el mismo estilo del que se va, y con ello es bien poco probable esperar que el 2007 sea mejor.