Solidaridad
Se aproxima una nueva versión de la Teletón, y otra vez el tema de la solidaridad se pone de moda, mucho más que con el Día de la Solidaridad que se conmemora cada año el 18 de agosto, en recuerdo y homenaje del Padre Alberto Hurtado que decía aquello de “dar hasta que duela”.
Dar hasta que duela. Esa es la definición de solidaridad. Si se da sin dolor es caridad, casi una forma de aquietar la consciencia acerca de los males terrenales pero sin un compromiso real con la erradicación de las injusticias.
Bajo esa definición resultaría difícil calificar a la Teletón como un ejercicio real de solidaridad, salvo en el caso de los niños que, conmovidos por las imágenes televisivas, rompen su chanchito para aportar sus monedas. Para las empresas, en cambio, lo donado se recupera vía descuento de los impuestos y mejoramiento de su imagen institucional.
Más allá de lo obvio, persisten dudas acerca de la transparencia de esta campaña que nunca se han aclarado del todo. ¿Es efectivo que su principal protagonista recibe dinero, que los rostros de la televisión se dan codazos para aparecer en pantalla, es cierto que los artistas se presentan en forma totalmente gratuita, cómo se seleccionan las empresas participantes? Todos esos asuntos y posiblemente más requieren ser resueltos para que una campaña que parece noble lo sea con toda la plenitud de la legitimidad.
Otro asunto que conviene discutir es la responsabilidad del Estado. ¿No es un deber constitucional asegurar la atención médica de los niños que sufren algún tipo de invalidez? El Estado ya hace un aporte al permitir que las empresas donantes descuenten de sus impuestos los donativos que realicen, pero posiblemente es más eficiente que sea el Estado el que administre directamente esos recursos en la atención de los niños. Quizás no, pero no se ha debatido este asunto.
Hay que reconocer además que es difícil cuestionar a una empresa como la Teletón, cuando todos los medios de comunicación la ensalzan como modelo de solidaridad y colocan a sus responsables en el altar de los santos. Es una batalla desigual y políticamente muy incorrecta.
De todos modos, es preciso cuestionar el sentido de la Teletón, más allá de lo evidente que es ir en ayuda de tantos niños necesitados: ¿Hay algo de esfuerzo realmente entre las empresas que cooperan, o se trata sólo de hacer ver que los problemas de la sociedad están en vías de solución como para calmar la consciencia nacional y, a la vez, dar a quienes piden acciones más decididas la impresión de que sus preocupaciones están siendo atendidas y que, por lo tanto, pueden seguir mirando la televisión con toda la tranquilidad del mundo?
Dar hasta que duela. Esa es la definición de solidaridad. Si se da sin dolor es caridad, casi una forma de aquietar la consciencia acerca de los males terrenales pero sin un compromiso real con la erradicación de las injusticias.
Bajo esa definición resultaría difícil calificar a la Teletón como un ejercicio real de solidaridad, salvo en el caso de los niños que, conmovidos por las imágenes televisivas, rompen su chanchito para aportar sus monedas. Para las empresas, en cambio, lo donado se recupera vía descuento de los impuestos y mejoramiento de su imagen institucional.
Más allá de lo obvio, persisten dudas acerca de la transparencia de esta campaña que nunca se han aclarado del todo. ¿Es efectivo que su principal protagonista recibe dinero, que los rostros de la televisión se dan codazos para aparecer en pantalla, es cierto que los artistas se presentan en forma totalmente gratuita, cómo se seleccionan las empresas participantes? Todos esos asuntos y posiblemente más requieren ser resueltos para que una campaña que parece noble lo sea con toda la plenitud de la legitimidad.
Otro asunto que conviene discutir es la responsabilidad del Estado. ¿No es un deber constitucional asegurar la atención médica de los niños que sufren algún tipo de invalidez? El Estado ya hace un aporte al permitir que las empresas donantes descuenten de sus impuestos los donativos que realicen, pero posiblemente es más eficiente que sea el Estado el que administre directamente esos recursos en la atención de los niños. Quizás no, pero no se ha debatido este asunto.
Hay que reconocer además que es difícil cuestionar a una empresa como la Teletón, cuando todos los medios de comunicación la ensalzan como modelo de solidaridad y colocan a sus responsables en el altar de los santos. Es una batalla desigual y políticamente muy incorrecta.
De todos modos, es preciso cuestionar el sentido de la Teletón, más allá de lo evidente que es ir en ayuda de tantos niños necesitados: ¿Hay algo de esfuerzo realmente entre las empresas que cooperan, o se trata sólo de hacer ver que los problemas de la sociedad están en vías de solución como para calmar la consciencia nacional y, a la vez, dar a quienes piden acciones más decididas la impresión de que sus preocupaciones están siendo atendidas y que, por lo tanto, pueden seguir mirando la televisión con toda la tranquilidad del mundo?