Sorpresa
La aparición en los medios informativos en Santiago de Iván Fuentes, vocero del movimiento social de Aysén, produjo un impacto político que hace mucho tiempo no se veía en el país. Fue, como dirían los comentaristas deportivos, un golpe a la cátedra.
Lo curioso es que se trataba, más o menos, del mismo personaje y del mismo discurso transmitido desde Aysén durante el mes que duró el conflicto, pero el crecimiento del carisma de Iván Fuentes, sumado al hecho de que su permanencia en la capital provocó mayor resonancia en los medios de comunicación, marcaron un efecto claramente superior.
Fuentes no es un político de partidos, no tiene la apostura ni los contactos sociales que suelen tener los políticos tradicionales, tiene una voz particularmente poco apropiada para descollar como orador, pero lo logra, y lo hace a la antigua, con pura emoción, una capacidad neta para empatizar con la audiencia y una honestidad y coherencia que resultan inusualmente creíbles.
Si se analiza su discurso, se puede constatar que recurrió a frases hechas, sin mayor contenido concreto, que sería imposible reconocer su orientación política porque utilizó el sentido común, pero todo tan bien dicho que no faltan quienes lo han empezado a proclamar como posible candidato a la Presidencia de la República y es esa aparición como personaje de nivel nacional lo que se ha convertido en toda una sorpresa.
¡Por Dios!, dirán los políticos tradicionales, esos que pertenecen a partidos políticos, ¿cómo podría ser Presidente alguien que no es de Santiago, que no es hijo de ni primo de, uno que no pasó por las aulas de un colegio reconocido, que no se sabe en realidad qué piensa ni qué podría hacer?
Eso es un escándalo, se podría agregar, porque de verdad sí que lo es. No pertenecer a la clase política es un acto más revolucionario que promover el aborto o marchar sin autorización por la Alameda. Sería gravísimo, pero aún más grave es constatar cómo la clase política queda desnudada con la aparición de un hombre del sur que no tiene más antecedentes que haber movilizado a una región tras una serie de reivindicaciones que parecen perfectamente razonables.
Bastaba hablar desde el sentido común, con pasión y convicción, para que el orden aparentemente natural de las cosas quedara trastocado por completo, tal como en el cuento del rey desnudo, cuando es un niño el que dice en voz alta ¡miren, el rey está desnudo! para que todo el pueblo se atreviera a burlarse de su soberano. Es lógico esperar ahora que los políticos y la prensa se vayan en contra de Iván Fuentes porque es peligroso, porque “revuelve el gallinero”; así como es previsible que se vea rodeado de quienes quieran beneficiarse de su súbita aura de héroe.
Lo curioso es que se trataba, más o menos, del mismo personaje y del mismo discurso transmitido desde Aysén durante el mes que duró el conflicto, pero el crecimiento del carisma de Iván Fuentes, sumado al hecho de que su permanencia en la capital provocó mayor resonancia en los medios de comunicación, marcaron un efecto claramente superior.
Fuentes no es un político de partidos, no tiene la apostura ni los contactos sociales que suelen tener los políticos tradicionales, tiene una voz particularmente poco apropiada para descollar como orador, pero lo logra, y lo hace a la antigua, con pura emoción, una capacidad neta para empatizar con la audiencia y una honestidad y coherencia que resultan inusualmente creíbles.
Si se analiza su discurso, se puede constatar que recurrió a frases hechas, sin mayor contenido concreto, que sería imposible reconocer su orientación política porque utilizó el sentido común, pero todo tan bien dicho que no faltan quienes lo han empezado a proclamar como posible candidato a la Presidencia de la República y es esa aparición como personaje de nivel nacional lo que se ha convertido en toda una sorpresa.
¡Por Dios!, dirán los políticos tradicionales, esos que pertenecen a partidos políticos, ¿cómo podría ser Presidente alguien que no es de Santiago, que no es hijo de ni primo de, uno que no pasó por las aulas de un colegio reconocido, que no se sabe en realidad qué piensa ni qué podría hacer?
Eso es un escándalo, se podría agregar, porque de verdad sí que lo es. No pertenecer a la clase política es un acto más revolucionario que promover el aborto o marchar sin autorización por la Alameda. Sería gravísimo, pero aún más grave es constatar cómo la clase política queda desnudada con la aparición de un hombre del sur que no tiene más antecedentes que haber movilizado a una región tras una serie de reivindicaciones que parecen perfectamente razonables.
Bastaba hablar desde el sentido común, con pasión y convicción, para que el orden aparentemente natural de las cosas quedara trastocado por completo, tal como en el cuento del rey desnudo, cuando es un niño el que dice en voz alta ¡miren, el rey está desnudo! para que todo el pueblo se atreviera a burlarse de su soberano. Es lógico esperar ahora que los políticos y la prensa se vayan en contra de Iván Fuentes porque es peligroso, porque “revuelve el gallinero”; así como es previsible que se vea rodeado de quienes quieran beneficiarse de su súbita aura de héroe.