BARRAS BRAVAS
Como si se tratara de un enfrentamiento de fútbol entre dos equipos tradicionalmente rivales, los comentaristas de turno han calificado al público asistente a los debates presidenciales como verdaderas barras bravas que apoyan a su propio candidato y critican a sus contrincantes, sin importar lo que digan o hagan.
Este es un fenómeno relativamente nuevo en la política nacional, que siempre se caracterizó por una mesura de los gestos y un respeto hacia el contendor de turno, aunque ya, desde hace unas tres o cuatro elecciones, se venían observando algunos cambios, al menos en el clima de beligerancia entre los candidatos como consecuencia del término de los voluntarios y su reemplazo por brigadistas pagados para hacer propaganda en la vía pública.
Lo curioso es que esta vez lo que se vio por televisión no se trataba de jóvenes pagados, que combaten su cesantía trabajando por un candidato al cual ni conocen, sino de los propios dirigentes políticos que, olvidándose de la convivencia democrática y la tolerancia que dicen practicar, no dudan en pifiar al contrincante ni en interrumpir con aplausos a sus favoritos.
Eso es relativamente nuevo, pero también se vio un adelanto con motivo de la salida de algunas figuras de la Concertación, cuando eran tildados de traidores por sus detractores y aclamados casi como personajes históricos por sus adherentes, sin mayor raciocinio de ninguna de las partes sobre el significado del suceso.
Tengo la fortuna de tener amigos en la mayoría de los partidos políticos, y en privado ninguno de ello se muestra partidario de estas animosidades, y a pesar de que discrepan de las propuestas de los contendores, no lo hacen, por lo general, en forma destemplada.
Sin embargo, pareciera que, al igual que en el fútbol, en que cada fanático conserva la compostura cuando está aislado pero se trastorna cuando está en grupo, los adherentes a las distintas candidaturas pierden su sentido de la racionalidad cuando se encuentran dentro de una masa que los convierte en seres incógnitos. Hay que tener en cuenta que eso sucede tanto en actos masivos como desde el anonimato que permite Internet.
Aunque este exacerbamiento de las pasiones se puede explicar por las circunstancias de la próxima elección -es decir, la posibilidad de que se produzca una alternancia en el Gobierno- nada justifica que se muestre ante la ciudadanía un destemplanza y una agresividad más propia del estadio que de la política, y por ello sería conveniente que haya un mayor control para no dar malos ejemplos ni hacer el ridículo.
Este es un fenómeno relativamente nuevo en la política nacional, que siempre se caracterizó por una mesura de los gestos y un respeto hacia el contendor de turno, aunque ya, desde hace unas tres o cuatro elecciones, se venían observando algunos cambios, al menos en el clima de beligerancia entre los candidatos como consecuencia del término de los voluntarios y su reemplazo por brigadistas pagados para hacer propaganda en la vía pública.
Lo curioso es que esta vez lo que se vio por televisión no se trataba de jóvenes pagados, que combaten su cesantía trabajando por un candidato al cual ni conocen, sino de los propios dirigentes políticos que, olvidándose de la convivencia democrática y la tolerancia que dicen practicar, no dudan en pifiar al contrincante ni en interrumpir con aplausos a sus favoritos.
Eso es relativamente nuevo, pero también se vio un adelanto con motivo de la salida de algunas figuras de la Concertación, cuando eran tildados de traidores por sus detractores y aclamados casi como personajes históricos por sus adherentes, sin mayor raciocinio de ninguna de las partes sobre el significado del suceso.
Tengo la fortuna de tener amigos en la mayoría de los partidos políticos, y en privado ninguno de ello se muestra partidario de estas animosidades, y a pesar de que discrepan de las propuestas de los contendores, no lo hacen, por lo general, en forma destemplada.
Sin embargo, pareciera que, al igual que en el fútbol, en que cada fanático conserva la compostura cuando está aislado pero se trastorna cuando está en grupo, los adherentes a las distintas candidaturas pierden su sentido de la racionalidad cuando se encuentran dentro de una masa que los convierte en seres incógnitos. Hay que tener en cuenta que eso sucede tanto en actos masivos como desde el anonimato que permite Internet.
Aunque este exacerbamiento de las pasiones se puede explicar por las circunstancias de la próxima elección -es decir, la posibilidad de que se produzca una alternancia en el Gobierno- nada justifica que se muestre ante la ciudadanía un destemplanza y una agresividad más propia del estadio que de la política, y por ello sería conveniente que haya un mayor control para no dar malos ejemplos ni hacer el ridículo.
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