ZANCADILLAS
Desde que Ricardo Lagos inauguró este mecanismo al final de su mandato, se ha venido haciendo usual que el Gobierno proponga temas en la agenda legislativa con el exclusivo propósito de poder mostrar ante el electorado la verdadera faz de sus adversarios políticos, sabiendo que los proyectos que se someten a la consideración del Parlamento no sólo no serán aprobados sino que, además, su rechazo significará que no se podrán poner en discusión nuevamente hasta que pase un año.
La práctica se inició con las reformas laborales propuestas por Lagos y se ha repetido en vísperas de casi todas las elecciones siguientes, bajo la misma receta y libreto que se ha dado en llamar: “Sacar a la oposición al pizarrón”. En esta línea se pueden entender ideas como la despenalización del consumo de marihuana en grupos privados, la creación de la Jefatura del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas y el Parlamento Indígena.
La verdadera idea no es legislar sobre estas materias sino obligar a los demás sectores políticos a votar favorablemente para no incurrir en una conducta impopular o, en caso de hacerlo, poder enrostrarles su supuesta falta de compromiso con los grupos ciudadanos a los que les interesan estos asuntos. Se trata de hacer una zancadilla, en rigor, más que de sacar a alguien al pizarrón, porque el mecanismo apunta más a la idea de una trampa que a la de hacer que alguien demuestre sus capacidades o su real voluntad.
Va a ser interesante ver qué ocurre en esta próxima ocasión, ya que de todos los candidatos presidenciales en carrera, sólo uno es, en estricto rigor, de una vertiente política distinta y todos los demás provienen de la Concertación, por lo que cualquier iniciativa de ley destinada a establecer diferencias puede revertirse contra el oficialismo, en especial si dentro de los competidores hay algunos que son más avanzados, audaces, o progresistas si se quiere, que el propio Gobierno.
Si se presenta un proyecto para que sea rechazado, ya no es sencillo tratar de explicar la realidad en blanco y negro porque el escenario político ha dejado de estar definido entre “buenos” y “malos” y se corre el riesgo de que los autores de la iniciativa sean acusados de abusar de la fe pública con fines electorales.
Si no se comprende que hay más matices en la realidad, cualquier propuesta no solamente fracasará, como es previsible, sino que además demostrará que las simplificaciones ya no tienen vigencia y eso evidenciará más, al mismo tiempo, la existencia de grupos que siguen pegados en la lógica del adversario con la que se pudo trabajar exitosamente en política hasta avanzado el proceso de transición a la democracia.
La práctica se inició con las reformas laborales propuestas por Lagos y se ha repetido en vísperas de casi todas las elecciones siguientes, bajo la misma receta y libreto que se ha dado en llamar: “Sacar a la oposición al pizarrón”. En esta línea se pueden entender ideas como la despenalización del consumo de marihuana en grupos privados, la creación de la Jefatura del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas y el Parlamento Indígena.
La verdadera idea no es legislar sobre estas materias sino obligar a los demás sectores políticos a votar favorablemente para no incurrir en una conducta impopular o, en caso de hacerlo, poder enrostrarles su supuesta falta de compromiso con los grupos ciudadanos a los que les interesan estos asuntos. Se trata de hacer una zancadilla, en rigor, más que de sacar a alguien al pizarrón, porque el mecanismo apunta más a la idea de una trampa que a la de hacer que alguien demuestre sus capacidades o su real voluntad.
Va a ser interesante ver qué ocurre en esta próxima ocasión, ya que de todos los candidatos presidenciales en carrera, sólo uno es, en estricto rigor, de una vertiente política distinta y todos los demás provienen de la Concertación, por lo que cualquier iniciativa de ley destinada a establecer diferencias puede revertirse contra el oficialismo, en especial si dentro de los competidores hay algunos que son más avanzados, audaces, o progresistas si se quiere, que el propio Gobierno.
Si se presenta un proyecto para que sea rechazado, ya no es sencillo tratar de explicar la realidad en blanco y negro porque el escenario político ha dejado de estar definido entre “buenos” y “malos” y se corre el riesgo de que los autores de la iniciativa sean acusados de abusar de la fe pública con fines electorales.
Si no se comprende que hay más matices en la realidad, cualquier propuesta no solamente fracasará, como es previsible, sino que además demostrará que las simplificaciones ya no tienen vigencia y eso evidenciará más, al mismo tiempo, la existencia de grupos que siguen pegados en la lógica del adversario con la que se pudo trabajar exitosamente en política hasta avanzado el proceso de transición a la democracia.
Labels: Andrés Rojo, poder ejecutivo, poder legislativo, política