Politica e Ideas

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Location: Quilpué, Valparaíso, Chile

Soy periodista y comentarista político.

Saturday, October 26, 2013

Lo que quiere el público

   
La manera en que se ha venido realizando la campaña presidencial constituye una clara señal sobre el bajo nivel de nuestra madurez cívica y del deterioro de nuestra sociedad en términos de la capacidad de la gente para seleccionar los contenidos del discurso político.

   Si bien en elecciones pasadas ya se había detectado que los programas de los candidatos no parecían tener mayor relevancia y estaban siendo reemplazado por sonrisas y fotografías digitalmente manipuladas, y luego se constató que en muchas ocasiones ni siquiera se identificaba políticamente a los postulantes indicándose su partido de pertenencia, especialmente en el caso de candidatos al Congreso o a los municipios, en esta ocasión se ha agregado un componente claramente frívolo, centrándose la atención en un debate vacío de mayor contenido.

   Esto es un asunto que opera bajo las reglas del mercado.   La oferta (los candidatos) entrega lo que la demanda (los ciudadanos) exige.   Si no hay más exigencias, la calidad del mensaje político se acomoda a las circunstancias que signifiquen el menor esfuerzo posible, del mismo modo que el fabricante de zapatos proporciona productos de mala calidad si los consumidores se los siguen comprando.

   Por supuesto que hay una gran dosis de responsabilidad también de los candidatos, que además de competir por ser electos, tienen un rol pedagógico de la sociedad.   Ellos son los llamados a identificar los problemas existentes en un país y también deben explicar a las personas por qué una determinada forma de resolver estos problemas es mejor que otra.

   Cuando la gente se contenta con el morbo que implica ver cómo los candidatos se sacan los ojos entre sí, casi como si fueran esas modelos que se atacan por el amor del galán de moda, resulta difícil encontrar el incentivo para que los candidatos actúen de otra manera.

   El problema es que los candidatos se dan cuenta que, esta forma de actuar, va minando la confianza en la política y las instituciones republicanas, pero no asumen su responsabilidad, más allá de decir en sus discursos que son muy conscientes del desprestigio de su actividad.


   Eso también forma parte de nuestra escasa madurez cívica.  La ética de hacer bien las cosas no puede estar sustentada en su rendimiento electoral, o su recompensa como cabría decir en un lenguaje de mercado, sino que debe estar basada en el deber y la responsabilidad, pero nuevamente esa ética se puede incumplir si nadie exige lo contrario.

Sunday, October 20, 2013

Ya no es lo mismo

   
Nadie duda que la franja de propaganda política del plebiscito de 1988 fue decisiva para el triunfo del NO, y no porque hiciera cambiar de opinión a los votantes sino porque creo el ambiente de confianza necesario para que se atrevieran efectivamente a concurrir a las urnas y votar que no en momentos en que se difundían todo tipo de mitos, como la transparencia del voto, la decisión de la dictadura de desconocer los resultados y hasta la asistencia de satélites para saber el voto de cada uno de los chilenos.   El miedo es absurdo y lo que hizo esa franja fue controlar las consecuencias del temor.

   Hoy en día, en la sexta elección presidencial tras el plebiscito y la séptima de parlamentarios, el recurso de la propaganda en televisión parece estar agotado y se puede suponer que tendrá poco efecto. Contribuyen a ello básicamente dos factores: Por un lado, que existe hoy en día una oferta muchísimo más amplia.  En 1988 estaban sólo los canales televisivos de señal abierta y hoy en muchos hogares está el cable que permite cambiar de canal si la programación aburre, y si no se encuentra nada se recurre a internet.

   El segundo factor es de responsabilidad de los propios políticos.  Es cierto que la mitología dice que la campaña del NO es insuperable, en términos de creatividad y épica, pero si se renuncia a la ambición de llamar la atención de la ciudadanía el resultado será indefectiblemente deficiente.

   Lo que se ha visto hasta ahora de la franja, salvo tres o cuatro episodios con humor o empatía, parecen mostrar que los candidatos son considerados como un producto más de nuestra sociedad de consumo y que se ha olvidado la diferencia entre publicidad y propaganda.   La primera está destinada a la venta de bienes y servicios, en tanto que la segunda sirve para la transmisión de ideas y la captación de adhesiones.

   Las franjas de los nueve candidatos presidenciales tienen pinceladas de contenidos, pero sobre todo están diseñadas con el fin de conquistar la simpatía del televidente, y en ese sentido sí deben ser calificadas como propaganda.   Los que aspiran a que se transmitan los programas de gobierno en la franja tienen que entender que la televisión no es el formato más adecuado.  La pantalla entrega emociones, sensaciones, pero no reflexiones.   Para el pensamiento, el soporte ideal es el papel pero como se lee poco resulta contradictorio pedir contenidos que no serán asimilados.


   El punto que queda por resolver es si la franja servirá para modificar el voto de los ciudadanos y para motivar a las personas a que concurran realmente a votar. Es posible que la propaganda no lo logre pero sí pueden tener efecto las polémicas que se susciten a propósito de la franja.

Sunday, October 13, 2013

La verdad verdadera

   
Falta poco más de un mes para las elecciones y, por primera vez, los chilenos nos enfrentamos a este proceso a oscuras, sin verdades completamente seguras, sabiendo por la experiencia anterior de los comicios municipales -los primeros con voto voluntario- que las encuestas han dejado de tener el valor predictivo que tenían antes cuando el universo de los electores era conocido y predecible.

   Es tentadora la idea de reemplazar las falencias de las encuestas con la apreciación de las tendencias en las redes sociales o con el voluntarismo de suponer que determinado candidato/a debería tener un respaldo ciudadano determinado.

   En el primer caso, el de las redes sociales, es fácil suponer que la mayoría piensa como uno mismo y eso es un error porque simplemente en esos espacios lo habitual es escribir cuando se apoya o cuando se está diametralmente en contra, pero no se expresan las opiniones distintas y no contrarias o lisa y llanamente no todo el mundo participa.

   Respecto a los voluntaristas, la distorsión se produce por pensar justamente que los que no se expresan están de acuerdo con ellos, en lugar de reconocer que tienen opiniones diferentes.

   Para los dos casos, las encuestas que dicen que no les gusta están mal hechas y sólo están bien diseñadas las que les dan la razón, lo que no tiene nada de científico no objetivo.

   En cualquiera de estas situaciones no se trata de saber cuál es el pensamiento predominante del electorado ni menos el estado real de la opinión pública sino de llevar agua al propio molino, lo que es comprensible porque en períodos electorales el principal objetivo de los que se interesan en la política desde un punto de vista partidista es lograr que los candidatos propios triunfen y para eso se suele distorsionar la verdad para demostrar que es un hombre o mujer ganador.  Nadie reconoce que su candidato no tiene cómo vencer.

   En el caso de ellos es perdonable que no quieran saber cuáles son las opiniones predominantes en una sociedad determinada, pero esa disposición es imperdonable en quienes actúan como analistas o quienes tienen el deber de informar al conjunto del país.


   Por último, hay que recordar que la verdad en política es distinta a la verdad filosófica, que se define por argumentos; la científica, que se establece por purebas objetivas; o la religiosa, que se basa en la fe.   En política la verdad la decide la mayoría y ésta siempre puede cambiar de una elección a otra.

Sunday, October 06, 2013

La factura del "No"

   
Este 5 de octubre se cumplen 25 años del triunfo del No y la Concertación de Partidos por la Democracia -ahora Nueva Mayoría- lo celebra en grande, en vísperas de una elección presidencial y parlamentaria en la que aspira a tener la mayoría que nunca tuvo para hacer los cambios estructurales pendientes.

   Cada elección o plebiscito es un contrato colectivo en el que los partidos y los candidatos ofrecen una serie de medidas a cambio del voto.  Se entiende que los que triunfan han contado con la mayoría de las voluntades ciudadanas para que sus propuestas sean llevadas a la práctica.   Es una suerte de licitación pública, y el 5 de octubre la Concertación la ganó y la renovó con Patricio Aylwin en la primera elección presidencial después de la dictadura.

   En 1988 la propuesta era simple: El retorno a la democracia, pero había contenidos adicionales implícitos, las expectativas que se generaron junto con la promesa explícita.  Se entendía -o se quiso entender- que en democracia la vida de las personas mejoraría y no solamente en términos de respeto a las libertades y derechos sino también en lo que se refiere a la calidad de vida.   La pobreza disminuiría, del mismo modo que las desigualdades, y la sensación en cuanto a que durante la dictadura se había favorecido a los grandes capitales -lo que se llamó la Derecha económica- sería reemplazada por una mayor justicia social.

   En gran medida, ello sí se logró.   Hay que recordar que la pobreza era del 38,4 por ciento en 1990, de acuerdo a datos del PNUD y disminuyó a 14,4 por ciento para el 2011, en tanto que la indigencia descendió en el mismo período de 12,8 a 2,8 por ciento, pero la sensación de injusticia en la distribución del ingreso siguió siendo la misma porque las expectativas también fueron incrementándose en paralelo con el progreso económico.

   De todos modos, la promesa del 5 de octubre no estaba en la dimensión económica sino en la ética, se trata de recuperar la libertad y la dignidad.   Que las personas pudieran andar en la calle sin temor a ser detenidas en cualquier momento, sin más argumentos que el antojo que el policía de turno y eso sí se logró.  Lo que sucede es que, dicho en jerga economicista, eso es un bien intangible, es algo que no se puede medir, que no se transa en la bolsa ni se puede contar.


   De manera paralela, ha habido cambios en la sociedad que no obedecen a las propuestas originales del plebiscito y que han sido decisivos en los sucesos de años posteriores, como el individualismo y el consumismo.   En esa oportunidad no se votó por un modelo de sociedad determinado, como tampoco se hizo en las elecciones presidenciales y parlamentarias posteriores.  Lo de 1988 era simplemente la recuperación de la democracia y, tal vez, una mejor distribución de la riqueza, de modo que no se le puede pedir a algo que responda lo que no prometió.