Lo que quiere el público
Si
bien en elecciones pasadas ya se había detectado que los programas de los
candidatos no parecían tener mayor relevancia y estaban siendo reemplazado por
sonrisas y fotografías digitalmente manipuladas, y luego se constató que en
muchas ocasiones ni siquiera se identificaba políticamente a los postulantes
indicándose su partido de pertenencia, especialmente en el caso de candidatos
al Congreso o a los municipios, en esta ocasión se ha agregado un componente
claramente frívolo, centrándose la atención en un debate vacío de mayor
contenido.
Esto
es un asunto que opera bajo las reglas del mercado. La oferta (los candidatos) entrega lo que la
demanda (los ciudadanos) exige. Si no
hay más exigencias, la calidad del mensaje político se acomoda a las
circunstancias que signifiquen el menor esfuerzo posible, del mismo modo que el
fabricante de zapatos proporciona productos de mala calidad si los consumidores
se los siguen comprando.
Por
supuesto que hay una gran dosis de responsabilidad también de los candidatos,
que además de competir por ser electos, tienen un rol pedagógico de la
sociedad. Ellos son los llamados a
identificar los problemas existentes en un país y también deben explicar a las
personas por qué una determinada forma de resolver estos problemas es mejor que
otra.
Cuando
la gente se contenta con el morbo que implica ver cómo los candidatos se sacan
los ojos entre sí, casi como si fueran esas modelos que se atacan por el amor
del galán de moda, resulta difícil encontrar el incentivo para que los
candidatos actúen de otra manera.
El
problema es que los candidatos se dan cuenta que, esta forma de actuar, va
minando la confianza en la política y las instituciones republicanas, pero no
asumen su responsabilidad, más allá de decir en sus discursos que son muy
conscientes del desprestigio de su actividad.
Eso
también forma parte de nuestra escasa madurez cívica. La ética de hacer bien las cosas no puede
estar sustentada en su rendimiento electoral, o su recompensa como cabría decir
en un lenguaje de mercado, sino que debe estar basada en el deber y la
responsabilidad, pero nuevamente esa ética se puede incumplir si nadie exige lo
contrario.