Seamos amigos, seamos hermanos
Hay
que consignar que siempre los períodos electorales se han caracterizado por
fuertes enfrentamientos entre los candidatos y, sobre todo, entre sus
adherentes. Después de las elecciones,
los dirigentes políticos vuelven a dialogar y convivir entre ellos como siempre
lo han hecho, pero con cada elección sus partidarios parecen posicionarse en
posturas cada vez más antagónicas e irreconciliables que no quedan resueltas
por las elecciones. Como en tantas
cosas de la vida, es el público que no es protagonista el que cree que las
cosas son absolutas y adoptan conductas que tienden al descrédito y a negar
derechos y existencia incluso de quienes piensan distinto.
Sin
entrar a considerar que las nueve candidaturas presidenciales representan
corrientes de opinión reales entre los chilenos, lo real es que una vez
terminadas las elecciones, tendremos que seguir todos viviendo en el mismo país
y es mejor enfocar más energía a la tarea de hacer posible la convivencia. Los amigos y los hermanos no siempre están de
acuerdo en todo, pero son capaces de sentarse a la misma mesa, compartir y
cuidarse unos a otros sin estar permanentemente tratando de sacarse los ojos.
A
poco menos de dos meses de los comicios ya comenzaron las acusaciones mutuas
entre candidatos por el robo y destrucción de su propaganda, por lo que es
presumible suponer que pronto las noticias informaran sobre agresiones físicas
entre los brigadistas. ¿Vale la pena
jugarse el pellejo por las diferencias políticas? Ya tuvimos un doloroso
quiebre institucional por delirios que la realidad se encarga de demostrar
luego como pírricos.
Entonces,
la regla de la democracia consistente en que gobierna quien tiene la mayoría
podría entrar en colisión con otra regla de la misma democracia, que es el
respeto a las corrientes minoritarias.
¿Hay solución a este asunto? No,
no la hay, y lo que corresponde es que los ciudadanos aprendan los contenidos
mínimos de cultura cívica –esa que no se enseña en los colegios- para poder
convivir en paz y que la lucha por conseguir la mayoría en una próxima elección
no sea una batalla entre personas sino lo que siempre debe ser: Una disputa
entre ideas. Buenas o malas pero todas
legítimas desde que son enarboladas por un grupo de personas que, antes que
cualquier cosa son seres humanos, con todas sus dignidades, deberes y derechos.