EL EMPATE Y LA CONSTITUCIÓN
Como señal de la insatisfacción ciudadana respecto al nivel de participación que la democracia nacional le permite a la gente, se ha comenzado a plantear nuevamente la idea de reemplazar la Constitución de 1980 con una nueva Carta Fundamental, convocando para ello a una Asamblea Constituyente. Sin embargo, es necesario revisar si existen las condiciones para un paso de esta naturaleza, luego de que la iniciativa lanzada primero por los grupos de la entonces Izquierda extra-parlamentaria fuera recogida incluso por la pasada candidatura presidencial de Eduardo Frei a nombre de la Concertación.
Lo primero es lo obvio. Nuestra Constitución no es plenamente democrática, tanto en su origen como en su contenido. Resulta lamentable que, en un acto incomprensible y luego de muchas modificaciones parciales. el entonces presidente Ricardo Lagos decidiera retirar la firma del general Pinochet, con el afán de dar una señal de que ya no se trataba de la Constitución establecida por la dictadura, siendo que en esencia, mantiene muchos artículos que limitan su sentido democrático.
Curiosamente, el mismo bloque político, una década después, incluyó el reemplazo de la Constitución como parte de su propuesta programática. Y perdió la elección, lo que permite suponer que, o bien el cambio no le interesa a la gente o que no hay una mayoría decisiva para apoyar la substitución. Esto es un aspecto esencial de la discusión: ¿Hay una mayoría clara para definir un modelo institucional determinado? ¿Hay consenso en que se requiere un cambio, si, a fin de cuentas, el país no parece estar tan mal?
Sin duda, hay aspectos que requieren mejoramiento, como las facultades de cada Poder del Estado, la regionalización, la elección de las autoridades, la libertad para que las iniciativas legales surjan de la propia ciudadanía, ¿pero se requiere reemplazar toda la Constitución para eso, o es posible seguir avanzando por la vía de las reformas parciales?
También hay que tomar en cuenta que las causas que han desatado este rebrote del afán por los cambios constitucionales corresponden a asuntos relativamente acotados a cada ámbito de que se trate: El mejoramiento de la educación, la política energética, la igualdad de derechos para todas las personas con independencia de su orientación sexual, etc, y en cada uno de estos temas parece más factible construir mayorías que impulsen las reformas requeridas que lograr un consenso claro para definir el sentido de una nueva Constitución.
Vistas así las cosas, es probable que sea más inteligente impulsar el plebiscito como mecanismo para zanjar las diferencias cuando se trata de un asunto específico, que tratar de cambiar toda la Constitución. Al final, y el chileno lo sabe bien, las leyes pueden decir una cosa pero los hechos son distintos y gastar esfuerzos en un texto muy bonito puede no tener ninguna utilidad práctica.
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