EL NUEVO ESTADO LLANO
A muchos analistas les está sorprendiendo la manera en que los movimientos ciudadanos han comenzado a desplegar su capacidad de acción y algunos ya apuntan a la extrañeza que les causa que los dirigentes políticos tradicionales no estén siendo capaces de interpretar este fenómeno y, mucho menos, de reaccionar adecuadamente.
Lo que ocurre es relativamente sencillo. La comprensión del concepto de la ciudadanía proviene desde los tiempos de la Revolución Francesa, que es más o menos el mismo origen de la democracia representativa que rige a la mayoría de las naciones occidentales en la actualidad. Los revolucionarios reprodujeron en la composición del nuevo poder una estructura similar, en lo que se refiere al pueblo, a la que existió durante el feudalismo.
A pesar que la revolución de 1789 se hizo para que el pueblo asumiera el poder, en la práctica se optó por la representación de este a través de los congresales electos. De esta forma, el Estado Llano, compuesto por la burguesía, el campesinado, los artesanos y los incipientes profesionales siguió relativamente ajeno al ejercicio del poder, dada la imposibilidad práctica de que abandonaran sus labores para dedicarse a la política. Hubo excepciones, claro, pero en lo esencial el ejercicio del poder siguió reservado a los profesionales de la política, que accedían a sus cargos por medio de las elecciones y no ya por nacimiento, lo que fue, sin duda, un gran avance.
Tras más de dos siglos, sin embargo, el Estado Llano sigue en la misma posición: Dueño de la soberanía nacional, es el que delega el poder a las autoridades electas y luego se desplaza a un costado sin más participación hasta los siguientes comicios.
Pues bien. Esta es la raíz de la incomprensión actual. El dirigente político que mantiene una mentalidad propia de la democracia representativa asume que al ciudadano le basta con elegir a sus autoridades con cierta periodicidad, que a la hora de las definiciones siguen siendo suficientes como referencias que los partidos se definan como de izquierda, centro o derecha y que en definitiva la gente tiene su tiempo ocupado con los trabajos que le permiten su subsistencia como para, además, organizarse para la manifestación de sus opiniones sobre asuntos determinados cuando estos no son satisfactoriamente resueltos por las personas que eligió como sus representantes.
En teoría sigue siendo así, pero la aparición de las tecnologías de la información permite ahora que la gente se comunique entre sí con muchísima mayor velocidad, que compruebe con la misma rapidez que su opinión no es tan aislada como suponía y que el esfuerzo por organizar una manifestación pública de todos los que comparten esa opinión es mucho más sencillo que antaño.
En esas condiciones, los representantes tienen que hacer un esfuerzo mucho más serio por demostrar que siguen siendo necesarios, y mientras no lo hagan simplemente están apurando el paso de la democracia representativa a una democracia directa que, de todos modos, está por definirse.
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