EL SENTIDO DE LA DEMOCRACIA
Se ha producido cierta controversia por la afirmación del ex-presidente Ricardo Lagos en cuanto a que no estaría dispuesto a someterse a una elección primaria para ser el próximo candidato presidencial de la Concertación. Al margen de las interpretaciones hechas a sus palabras, llama la atención que una de las figuras que más se ha identificado con los principios de la democracia haga este tipo de comentarios que, más que ayudar a despejar las opciones presidenciales de la actual alianza en el Gobierno, agrega un elemento más de confusión, como es la definición del mecanismo para definir al interesado en suceder a la actual mandataria que, hay que recordarla, acaba de llegar recién a la mitad de su mandato.
Frente a este tipo de situaciones es importante aclarar el sentido de la democracia, comenzando por su raíz etimológica, que significa literalmente el gobierno del pueblo y sirve para precisar algunos conceptos que es útil recordar de vez en cuando.
Primero, el poder le pertenece al pueblo, no a los políticos. Es el pueblo el que decide quien ejerce el Gobierno, pero los gobernantes no son dioses bajados del Olimpo sino delegados del pueblo para asumir las tareas que, por razones de complejidad del tejido social, el pueblo no puede ejercer directamente. El día que los ciudadanos puedan resolver de modo simple y eficiente los asuntos del Estado se acabarán los gobernantes por innecesarios y sólo serán útiles los funcionarios públicos.
Se podría decir entonces que el Presidente es, al igual que todas las personas elegidas en representación de la gente, un empleado del pueblo, mandatado para cumplir las promesas que hizo a cambio de su elección.
La soberanía es del pueblo, y el pueblo es su titular y el único llamado a ejercerla. Nadie -ni las encuestas- pueden reemplazar al pueblo en el libre ejercicio de su soberanía.
Efectivamente quien ha sido ya Presidente de la República tiene un status especial, pero eso no lo libera de someterse a la decisión soberana del pueblo, del mismo modo que un profesor que lleva veinte años haciendo clases debe continuar sometiéndose a las exigencias de la evaluación docente o el artista debe conquistar el reconocimiento del público con cada nueva obra.
Es el pueblo el que elige, pero también es el que evalúa. Idealmente, las autoridades electas deberían estar permanentemente sometidas a la posibilidad de que la ciudadanía les retire la confianza depositada en ellas al momento de elegirlas, y si eso no es posible al menos deben aceptar la evaluación de su labor si aspira a volver a ocupar un cargo de elección popular, y la idea de no aceptar evaluaciones inevitablemente produce una puntuación negativa que se cobrará al momento de poner la nota, igual que el estudiante que entrega un trabajo atrasado o copia en la prueba.
Frente a este tipo de situaciones es importante aclarar el sentido de la democracia, comenzando por su raíz etimológica, que significa literalmente el gobierno del pueblo y sirve para precisar algunos conceptos que es útil recordar de vez en cuando.
Primero, el poder le pertenece al pueblo, no a los políticos. Es el pueblo el que decide quien ejerce el Gobierno, pero los gobernantes no son dioses bajados del Olimpo sino delegados del pueblo para asumir las tareas que, por razones de complejidad del tejido social, el pueblo no puede ejercer directamente. El día que los ciudadanos puedan resolver de modo simple y eficiente los asuntos del Estado se acabarán los gobernantes por innecesarios y sólo serán útiles los funcionarios públicos.
Se podría decir entonces que el Presidente es, al igual que todas las personas elegidas en representación de la gente, un empleado del pueblo, mandatado para cumplir las promesas que hizo a cambio de su elección.
La soberanía es del pueblo, y el pueblo es su titular y el único llamado a ejercerla. Nadie -ni las encuestas- pueden reemplazar al pueblo en el libre ejercicio de su soberanía.
Efectivamente quien ha sido ya Presidente de la República tiene un status especial, pero eso no lo libera de someterse a la decisión soberana del pueblo, del mismo modo que un profesor que lleva veinte años haciendo clases debe continuar sometiéndose a las exigencias de la evaluación docente o el artista debe conquistar el reconocimiento del público con cada nueva obra.
Es el pueblo el que elige, pero también es el que evalúa. Idealmente, las autoridades electas deberían estar permanentemente sometidas a la posibilidad de que la ciudadanía les retire la confianza depositada en ellas al momento de elegirlas, y si eso no es posible al menos deben aceptar la evaluación de su labor si aspira a volver a ocupar un cargo de elección popular, y la idea de no aceptar evaluaciones inevitablemente produce una puntuación negativa que se cobrará al momento de poner la nota, igual que el estudiante que entrega un trabajo atrasado o copia en la prueba.
Labels: ciudadanía, democracia cristiana, representatividad, Ricardo Lagos
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