LA MADRE DEL CORDERO
Se ha venido planteando que la forma en que se han producido las últimas votaciones en el Senado, con parte de la Concertación en contra de las propuestas del Gobierno, significaría la aparición de una nueva forma de oposición, esta vez interna, pero se desconoce que el problema de fondo es que se ha aceptado un modelo de ordenamiento político incoherente con la idiosincrasia nacional.
Es una situación similar a la descrita por el folklorista Tito Fernández en su canción “La madre del cordero”, que describe el amor prohibido entre el hijo de los inquilinos con la hija del administrador del fundo y se resuelve finalmente con el secuestro de la novia, solucionando todos los problemas con un simple golpe de audacia.
En nuestro país, bajo el pretexto de proteger la transición a la democracia, se aceptaron las distintas modalidades de la institucionalidad pinochetista, la que a su vez fue definida por un grupo de teóricos tratando de establecer una autoridad que encauzara a los chilenos en lugar de interpretar la idiosincrasia nacional. Dentro de todas esas definiciones, una de las que menos atención ha recibido es la del exacerbado presidencialismo.
Cuando se eliminaron los senadores designados y vitalicios, sin modificar al mismo tiempo el sistema electoral binominal, se sabía que se llegaría a una situación de empate en que serían más importantes los votos de los parlamentarios de la Concertación que los de la Alianza, más aún cuando tampoco se han hecho esfuerzos por derogar las normas que establecen quórum especiales para modificar determinados cuerpos legales. Así las cosas, no parece lógico que se recurra a acusaciones de deslealtad o de personalismos para asegurar los votos de la propia Concertación, sino que lo que se debe hacer es aceptar el hecho de que el Congreso es un órgano colegislador del Gobierno y después de 17 años la democracia ya no se percibe como en riesgo y, por lo tanto, los parlamentarios sienten mayor libertad para actuar con independencia.
Si a ello se le suma que la propia Presidenta ha abierto una virtual caja de Pandora al apelar a una ciudadanía -aun indefinida y abstracta- como base de su poder político, se llega al punto en el que los parlamentarios se dan cuenta que esa ciudadanía se tiene que expresar a través de ellos, aunque eso implique desafiar al Poder Ejecutivo para alcanzar una relevancia social que justifique su existencia.
Es la eterna disputa entre presidencialismo y parlamentarismo, con todos los matices intermedios, lo que se debe resolver para garantizar una gobernabilidad que hasta hace un tiempo era posible por el propósito de consolidar la democracia. Si el Parlamento es sobrepasado por el Ejecutivo, es la ciudadanía la que se resiente; y si el Parlamento se impone al Ejecutivo, es el sistema político el que no funciona en forma adecuada. Esa es la madre del cordero.
Es una situación similar a la descrita por el folklorista Tito Fernández en su canción “La madre del cordero”, que describe el amor prohibido entre el hijo de los inquilinos con la hija del administrador del fundo y se resuelve finalmente con el secuestro de la novia, solucionando todos los problemas con un simple golpe de audacia.
En nuestro país, bajo el pretexto de proteger la transición a la democracia, se aceptaron las distintas modalidades de la institucionalidad pinochetista, la que a su vez fue definida por un grupo de teóricos tratando de establecer una autoridad que encauzara a los chilenos en lugar de interpretar la idiosincrasia nacional. Dentro de todas esas definiciones, una de las que menos atención ha recibido es la del exacerbado presidencialismo.
Cuando se eliminaron los senadores designados y vitalicios, sin modificar al mismo tiempo el sistema electoral binominal, se sabía que se llegaría a una situación de empate en que serían más importantes los votos de los parlamentarios de la Concertación que los de la Alianza, más aún cuando tampoco se han hecho esfuerzos por derogar las normas que establecen quórum especiales para modificar determinados cuerpos legales. Así las cosas, no parece lógico que se recurra a acusaciones de deslealtad o de personalismos para asegurar los votos de la propia Concertación, sino que lo que se debe hacer es aceptar el hecho de que el Congreso es un órgano colegislador del Gobierno y después de 17 años la democracia ya no se percibe como en riesgo y, por lo tanto, los parlamentarios sienten mayor libertad para actuar con independencia.
Si a ello se le suma que la propia Presidenta ha abierto una virtual caja de Pandora al apelar a una ciudadanía -aun indefinida y abstracta- como base de su poder político, se llega al punto en el que los parlamentarios se dan cuenta que esa ciudadanía se tiene que expresar a través de ellos, aunque eso implique desafiar al Poder Ejecutivo para alcanzar una relevancia social que justifique su existencia.
Es la eterna disputa entre presidencialismo y parlamentarismo, con todos los matices intermedios, lo que se debe resolver para garantizar una gobernabilidad que hasta hace un tiempo era posible por el propósito de consolidar la democracia. Si el Parlamento es sobrepasado por el Ejecutivo, es la ciudadanía la que se resiente; y si el Parlamento se impone al Ejecutivo, es el sistema político el que no funciona en forma adecuada. Esa es la madre del cordero.
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