PASAR LA PELOTA
Llama la atención la capacidad de los políticos por aprovechar cada circunstancia de la contingencia para delegar en los demás las responsabilidades por los problemas que se producen. Si los delincuentes se fugan, es culpa de los jueces; si los proyectos de ley no se aprueban, es por causa de la oposición; y cuando se trata de iniciativas que dependen exclusivamente del Gobierno, es por deslealtad.
Siempre hay culpables, pero nunca están los que resuelven las situaciones. A modo de ejemplo, si se acusa a un senador de no acatar las ordenes de partidos, lo lógico sería establecer en la legislación las ordenes de partido, o de lo contrario asumir que los parlamentarios son autónomos a la hora de votar.
Si los jueces otorgan excesivas libertades, lo prudente es modificar la legislación pertinente en lugar de promover disputas entre los poderes del Estado. Los estados modernos se basan en la independencia entre el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, y cualquier intromisión de uno en el otro vulnera la institucionalidad, aunque se tengan los mejores argumentos.
Si un contrincante en el juego político comete un abuso, la sanción debe ser clara, pero cuando se tiene que explicar nace la confusión y la posibilidad de que el acto de la autoridad sea interpretado, de acuerdo a la disposición favorable o contraria del público, sin que la objetividad pueda imponerse sobre los prejuicios o las animadversiones.
Si criticar a los parlamentarios o a los jueces sirve de modo exclusiva para animar la contingencia y ganar un espacio en la prensa, entonces el debate no es serio y no pasa de ser una moda similar a las controversias de la farándula, sin que los problemas se resuelvan.
Si se cuestiona la independencia de las autoridades para actuar con criterio en servicio al conjunto del país por el solo hecho de que afectan los intereses de sus partidos, entonces la conclusión lógica es que los partidos no ayudan al bien del país y este tipo de actitudes se suma al desprestigio de la clase política, sin que se requiera la ayuda de ningún actor externo a los propios políticos.
El buen funcionamiento de un país necesita gente seria y responsable y no de gente que se pasa la pelota unos a otros con el puro propósito de eludir las responsabilidades propias, y este es el factor que explica la incapacidad de Chile para progresar con decisión, a pesar de contar con todos los recursos naturales y la capacidad humana necesarios para que el sueño del desarrollo se convierta en realidad. Pasarse la pelota puede ser un deporte atractivo, que incluso puede captar la atención del público, pero no es propio de un país maduro, responsable y serio.
Siempre hay culpables, pero nunca están los que resuelven las situaciones. A modo de ejemplo, si se acusa a un senador de no acatar las ordenes de partidos, lo lógico sería establecer en la legislación las ordenes de partido, o de lo contrario asumir que los parlamentarios son autónomos a la hora de votar.
Si los jueces otorgan excesivas libertades, lo prudente es modificar la legislación pertinente en lugar de promover disputas entre los poderes del Estado. Los estados modernos se basan en la independencia entre el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, y cualquier intromisión de uno en el otro vulnera la institucionalidad, aunque se tengan los mejores argumentos.
Si un contrincante en el juego político comete un abuso, la sanción debe ser clara, pero cuando se tiene que explicar nace la confusión y la posibilidad de que el acto de la autoridad sea interpretado, de acuerdo a la disposición favorable o contraria del público, sin que la objetividad pueda imponerse sobre los prejuicios o las animadversiones.
Si criticar a los parlamentarios o a los jueces sirve de modo exclusiva para animar la contingencia y ganar un espacio en la prensa, entonces el debate no es serio y no pasa de ser una moda similar a las controversias de la farándula, sin que los problemas se resuelvan.
Si se cuestiona la independencia de las autoridades para actuar con criterio en servicio al conjunto del país por el solo hecho de que afectan los intereses de sus partidos, entonces la conclusión lógica es que los partidos no ayudan al bien del país y este tipo de actitudes se suma al desprestigio de la clase política, sin que se requiera la ayuda de ningún actor externo a los propios políticos.
El buen funcionamiento de un país necesita gente seria y responsable y no de gente que se pasa la pelota unos a otros con el puro propósito de eludir las responsabilidades propias, y este es el factor que explica la incapacidad de Chile para progresar con decisión, a pesar de contar con todos los recursos naturales y la capacidad humana necesarios para que el sueño del desarrollo se convierta en realidad. Pasarse la pelota puede ser un deporte atractivo, que incluso puede captar la atención del público, pero no es propio de un país maduro, responsable y serio.
Labels: Chile, gobierno, jueces, poder ejecutivo, poder judicial, poder legislativo, política, zaldívar
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