LA MAMÁ
En Chile ha sido tradicional desde los inicios de la República que el Estado sea un agente central en la promoción del desarrollo del país y la atención a las necesidades de sus habitantes. Esa visión centralista que no tiene ninguna relación con una perspectiva socialista sino que se remonta incluso en su origen a la etapa prehispánica, ha sido denominada en forma sarcástica como el “Papá Fisco”.
Sin embargo, y aunque las costumbres no se cambian por decreto, la actual Presidenta ha alcanzado el triunfo electoral cambiando la noción de un Primer Mandatario que es una suerte de encarnación de ese Fisco padre en la figura de un jefe de familia que impone orden y con su autoridad resuelve las disputas, por la de una madre.
Esta mutación no responde solo a su condición de mujer -que perdería su feminidad asumiendo el rol de padre- sino que también se corresponde a una visión más liberal de la sociedad, en la que las personas tendrían la autonomía suficiente para resolver sus propios destinos sin la permanente guía de la autoridad.
Asimismo, la autoridad podría limitarse a un rol de orientación que, sin imponer sus puntos de vista, sugeriría al conjunto de actores de la sociedad las líneas de acción que se esperan de cada uno de ellos.
El éxito de este cambio hubiera sido posible si la chilena fuera una sociedad madura y con una verdadera vocación democrática, entendida como la convicción de todos los ciudadanos sobre el respeto a los demás y de sus propias responsabilidades. Sin embargo, como en Chile aún las personas tratan de obtener los máximos beneficios con los menores esfuerzos, este experimento ha resultado un retroceso en el avance institucional del país, y hoy en día muchos esperan simplemente que el actual período presidencial se termine.
No se trata de que el próximo Primer Mandatario sea necesariamente un hombre, como espera Soledad Alvear, sino de que se recupere esa visión paternalista del Estado, de modo que todos volvamos a ser hijos menores de edad, ansiosos de ser un día adultos responsables pero aún pendientes de la palabra final del Papá Fisco porque nos permite no cargar con la responsabilidad de ser ciudadanos maduros y autónomos.
Escribo esto antes del discurso del 21 de mayo, consciente de que la Presidenta Bachelet puede dar un giro radical a su estilo de autoridad que desmorone este análisis, aunque las probabilidades derivadas de lo que va de su mandato hacen ello poco probable y a ratos pareciera que ella misma espera que termine pronto el lío en el que se metió, suponiendo que los chilenos éramos más de lo que somos en realidad.
Sin embargo, y aunque las costumbres no se cambian por decreto, la actual Presidenta ha alcanzado el triunfo electoral cambiando la noción de un Primer Mandatario que es una suerte de encarnación de ese Fisco padre en la figura de un jefe de familia que impone orden y con su autoridad resuelve las disputas, por la de una madre.
Esta mutación no responde solo a su condición de mujer -que perdería su feminidad asumiendo el rol de padre- sino que también se corresponde a una visión más liberal de la sociedad, en la que las personas tendrían la autonomía suficiente para resolver sus propios destinos sin la permanente guía de la autoridad.
Asimismo, la autoridad podría limitarse a un rol de orientación que, sin imponer sus puntos de vista, sugeriría al conjunto de actores de la sociedad las líneas de acción que se esperan de cada uno de ellos.
El éxito de este cambio hubiera sido posible si la chilena fuera una sociedad madura y con una verdadera vocación democrática, entendida como la convicción de todos los ciudadanos sobre el respeto a los demás y de sus propias responsabilidades. Sin embargo, como en Chile aún las personas tratan de obtener los máximos beneficios con los menores esfuerzos, este experimento ha resultado un retroceso en el avance institucional del país, y hoy en día muchos esperan simplemente que el actual período presidencial se termine.
No se trata de que el próximo Primer Mandatario sea necesariamente un hombre, como espera Soledad Alvear, sino de que se recupere esa visión paternalista del Estado, de modo que todos volvamos a ser hijos menores de edad, ansiosos de ser un día adultos responsables pero aún pendientes de la palabra final del Papá Fisco porque nos permite no cargar con la responsabilidad de ser ciudadanos maduros y autónomos.
Escribo esto antes del discurso del 21 de mayo, consciente de que la Presidenta Bachelet puede dar un giro radical a su estilo de autoridad que desmorone este análisis, aunque las probabilidades derivadas de lo que va de su mandato hacen ello poco probable y a ratos pareciera que ella misma espera que termine pronto el lío en el que se metió, suponiendo que los chilenos éramos más de lo que somos en realidad.
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