LA SOLIDEZ DE UNA ECONOMIA EGOISTA
A propósito de las caídas en las bolsas internacionales, se volvió a escuchar que la economía chilena no corre riesgos frente a las turbulencias de los mercados mundiales, lo que evidentemente constituye un intento de calmar a los inversionistas pero que tiene poco que ver con la realidad.
Desde que se decidió la apertura de la economía nacional al mundo, se amarró el destino del país a la marcha del resto de las naciones. Es una opción válida, pero no se puede afirmar que esté exenta de riesgos. Hoy las arcas fiscales disfrutan del alto precio del cobre, pero el público se perjudica del precio del petróleo. Hay ganancias, pero también perjuicios. El balance puede ser positivo en cierto momento, pero negativo al siguiente, y el equilibrio dependerá tanto de la situación internacional como de la capacidad del aparato productivo para alcanzar la competitividad que permita el triunfo en el mercado internacional.
Al mismo tiempo, la Presidenta ha precisado que su intención (y la de la Concertación) es encontrar el equilibrio entre la libertad y la igualdad, lo que supone necesariamente la intervención del Estado cuando el mercado no asegura este equilibrio. Paralelamente, se conoció un documento de Expansiva -el centro del que la Presidenta ha obtenido a varios de sus ministros, y por lo cual se puede presumir que tiene coincidencia con la Primera Mandataria- anunciando que se debe poner fin al asistencialismo del Estado, es decir que el Estado no debe intervenir en la economía.
De lo anterior, se puede concluir que no existe unanimidad de criterios respecto al rol que debe jugar el Estado en la economía, y no se dice nada de situaciones como que la evaluación de la economía se hace a partir de las cifras de la macroeconomía y no se considera la situación doméstica de las personas.
Es sabido que en Chile el quintil más rico de la población tiene ingresos más de 14 veces superiores al del quintil más pobre, y ello constituye una amenaza seria a la estabilidad de la economía, que se agrega a la dependencia de los mercados mundiales. El caso de los cultivos agrícolas tradicionales muestra que cuando los productores chilenos no son competitivos -sea por su responsabilidad o por factores externos- toda un sector de la industria se puede ver en riesgo de desaparición y la aparentemente exitosa incorporación chilena a los mercados internacionales se refiere a los productos competitivos y no al conjunto de la producción nacional, ni se toma en cuenta la situación de los trabajadores que no han podido o sabido capacitarse para competir con los trabajadores asiáticos, que hacen la misma labor por salarios ínfimos.
La economía nacional, entonces, no puede ser sólida porque no distribuye con un criterio de justicia las ganancias, y todo eso genera desequilibrios que pueden terminar por vulnerar el modelo productivo. Si la gente no está satisfecha con su situación personal, poco le sirve saber que los índices macroeconómicos dicen lo contrario y es esperable que la presión por cambios se incremente y se llegue a un momento en que se compruebe que la perfección del modelo no es real.
Desde que se decidió la apertura de la economía nacional al mundo, se amarró el destino del país a la marcha del resto de las naciones. Es una opción válida, pero no se puede afirmar que esté exenta de riesgos. Hoy las arcas fiscales disfrutan del alto precio del cobre, pero el público se perjudica del precio del petróleo. Hay ganancias, pero también perjuicios. El balance puede ser positivo en cierto momento, pero negativo al siguiente, y el equilibrio dependerá tanto de la situación internacional como de la capacidad del aparato productivo para alcanzar la competitividad que permita el triunfo en el mercado internacional.
Al mismo tiempo, la Presidenta ha precisado que su intención (y la de la Concertación) es encontrar el equilibrio entre la libertad y la igualdad, lo que supone necesariamente la intervención del Estado cuando el mercado no asegura este equilibrio. Paralelamente, se conoció un documento de Expansiva -el centro del que la Presidenta ha obtenido a varios de sus ministros, y por lo cual se puede presumir que tiene coincidencia con la Primera Mandataria- anunciando que se debe poner fin al asistencialismo del Estado, es decir que el Estado no debe intervenir en la economía.
De lo anterior, se puede concluir que no existe unanimidad de criterios respecto al rol que debe jugar el Estado en la economía, y no se dice nada de situaciones como que la evaluación de la economía se hace a partir de las cifras de la macroeconomía y no se considera la situación doméstica de las personas.
Es sabido que en Chile el quintil más rico de la población tiene ingresos más de 14 veces superiores al del quintil más pobre, y ello constituye una amenaza seria a la estabilidad de la economía, que se agrega a la dependencia de los mercados mundiales. El caso de los cultivos agrícolas tradicionales muestra que cuando los productores chilenos no son competitivos -sea por su responsabilidad o por factores externos- toda un sector de la industria se puede ver en riesgo de desaparición y la aparentemente exitosa incorporación chilena a los mercados internacionales se refiere a los productos competitivos y no al conjunto de la producción nacional, ni se toma en cuenta la situación de los trabajadores que no han podido o sabido capacitarse para competir con los trabajadores asiáticos, que hacen la misma labor por salarios ínfimos.
La economía nacional, entonces, no puede ser sólida porque no distribuye con un criterio de justicia las ganancias, y todo eso genera desequilibrios que pueden terminar por vulnerar el modelo productivo. Si la gente no está satisfecha con su situación personal, poco le sirve saber que los índices macroeconómicos dicen lo contrario y es esperable que la presión por cambios se incremente y se llegue a un momento en que se compruebe que la perfección del modelo no es real.
Labels: economía, estado, poder ejecutivo, poder legislativo, política
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