IDEALES Y REALIDADES
No cabe duda que la Presidenta de la República tiene forjada en su mente la imagen del Gobierno perfecto, del mismo modo que los dirigentes políticos conocen sus responsabilidades y creen saber perfectamente qué esperan sus electores de ellos, pero resulta imposible que estas idealizaciones puedan concretarse en la realidad por la sencilla razón de que todas parten de un supuesto falso.
No todas las personas están interiorizadas de las reglas del juego ni están dispuestas a someterse a las normas legales, morales y de sentido común que regulan las relaciones entre las personas en el ámbito de la política. Es más grave aún: Hay incluso quienes no han entendido nunca qué es lo que se espera de ellos. En un país en el que muchos de los egresados de la educación escolar no logran comprender un texto, es fácil esperar que hasta en las autoridades existan quienes no tienen la claridad mental para comprender y seguir instrucciones, y mucho menos tendrán la capacidad para pensar de manera autónoma y tomar decisiones ante sí.
Es por lo anterior que el esquema de gobierno considerado por la Presidenta Bachelet -que puede funcionar de excelente forma en Alemania, las experiencias conocidas directamente por ella- no opera en Chile. Suponer que la declaración general de intenciones puede inspirar a los subalternos para ponerlas en ejecución no se condice con la real preparación de los políticos.
No se trata de menospreciar a los políticos porque de todos modos para estar en los puestos que ocupan han hecho algún tipo de mérito, pero es que así como se ha distinguido la inteligencia emocional de la racional, habría que pensar que es distinta la inteligencia política de la inteligencia gubernamental. La primera permite alcanzar el poder, mientras que la segunda ayuda a ejercerlo. Cuando por varias generaciones ya de políticos la premisa ha sido acaparar el poder a costa de los adversarios e incluso de los aliados, no se puede cambiar el objetivo fundamental de un día para otro. No ayuda tampoco a ello la falta de preparación de una ciudadanía acostumbrada a exigir regalos en períodos de campaña y reacia a hacer un esfuerzo organizativo para hacer valer sus derechos.
Es inevitable esperar una transición del mundo occidental a nuevas formas de democracia, pero no es igualmente cierto que ello se base en los ciudadanos porque se trata de un proceso en evolución cuyo rumbo aún no está determinado.
Por ello, y a la luz de la gestión del actual Gobierno, se podría pensar que el principal legado de la presidenta Bachelet será demostrar que una mujer puede estar al cargo de la Nación, y que la tarea de abrir el gobierno a los ciudadanos -o de refrescar la democracia- deberá quedar pendiente para un futuro en el que los chilenos hayan ganado la madurez necesaria para actuar en este modelo tanto en su calidad de autoridades como en la condición de gobernados.
No todas las personas están interiorizadas de las reglas del juego ni están dispuestas a someterse a las normas legales, morales y de sentido común que regulan las relaciones entre las personas en el ámbito de la política. Es más grave aún: Hay incluso quienes no han entendido nunca qué es lo que se espera de ellos. En un país en el que muchos de los egresados de la educación escolar no logran comprender un texto, es fácil esperar que hasta en las autoridades existan quienes no tienen la claridad mental para comprender y seguir instrucciones, y mucho menos tendrán la capacidad para pensar de manera autónoma y tomar decisiones ante sí.
Es por lo anterior que el esquema de gobierno considerado por la Presidenta Bachelet -que puede funcionar de excelente forma en Alemania, las experiencias conocidas directamente por ella- no opera en Chile. Suponer que la declaración general de intenciones puede inspirar a los subalternos para ponerlas en ejecución no se condice con la real preparación de los políticos.
No se trata de menospreciar a los políticos porque de todos modos para estar en los puestos que ocupan han hecho algún tipo de mérito, pero es que así como se ha distinguido la inteligencia emocional de la racional, habría que pensar que es distinta la inteligencia política de la inteligencia gubernamental. La primera permite alcanzar el poder, mientras que la segunda ayuda a ejercerlo. Cuando por varias generaciones ya de políticos la premisa ha sido acaparar el poder a costa de los adversarios e incluso de los aliados, no se puede cambiar el objetivo fundamental de un día para otro. No ayuda tampoco a ello la falta de preparación de una ciudadanía acostumbrada a exigir regalos en períodos de campaña y reacia a hacer un esfuerzo organizativo para hacer valer sus derechos.
Es inevitable esperar una transición del mundo occidental a nuevas formas de democracia, pero no es igualmente cierto que ello se base en los ciudadanos porque se trata de un proceso en evolución cuyo rumbo aún no está determinado.
Por ello, y a la luz de la gestión del actual Gobierno, se podría pensar que el principal legado de la presidenta Bachelet será demostrar que una mujer puede estar al cargo de la Nación, y que la tarea de abrir el gobierno a los ciudadanos -o de refrescar la democracia- deberá quedar pendiente para un futuro en el que los chilenos hayan ganado la madurez necesaria para actuar en este modelo tanto en su calidad de autoridades como en la condición de gobernados.
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