TEJADO DE VIDRIO
En Chile todo el mundo se conoce, por lo que resultan inútiles las declaraciones grandilocuentes con las que algunos personajes intentan restar credibilidad a sus ocasionales adversarios, como parte de un primer paso en su estrategia para deslindar sus propias responsabilidades en los eventuales casos de corrupción conocidos por el país en los últimos días. Para quienes recuerdan con claridad la historia pasada de cada uno de esos personajes, esos intentos de ensalzarse en la gloria de la recta moralidad que da el derecho a repudiar a quienes no son igualmente honorables -por lo general, casi todos los demás- resultan francamente risibles.
En una sociedad sana y madura, se esperaría que las autoridades y dirigentes políticos tuvieran la sabiduría y humildad para reconocer que no están habilitados para juzgar a los demás, y dejar que sean las instituciones las que actúen libres de presiones cuando se conocen hechos irregulares, por la sencilla razón de que la ciudadanía sabe quién es quién.
Hay que considerar que, a pesar de las señas de envejecimiento de la población, Chile es un país joven en el que la mitad de sus habitantes no conoció la conducta de los políticos antes de 1973, e incluso muchos recuerdan apenas el período pinochetista, por lo que no es raro que suenen extrañas las declaraciones que suponen falta de moral a quienes estuvieron en uno u otro bando en esa época indudablemente difícil, e incluso que se cuestione a quienes ni siquiera estuvieron en el país en esos años sin importar que esa situación ocurriera por su propia voluntad o por imposición de las autoridades de entonces.
Aunque la juventud del público pudiera ayudar a quienes emprenden la tarea de convencer a la audiencia de la honorabilidad de unos y del pasado cargado de culpas de otros, la inteligencia de los votantes no permite que las cosas se puedan exponer en blanco y negro. La gente quiere matices, y cuando se planteó el tema del empoderamiento (palabra no existente en el Diccionario de la Real Academia) de la ciudadanía, se abrió la puerta para que las personas tomaran conciencia de sus derechos como electores (es decir, una figura similar a la del consumidor de bienes y servicios) y exigieran respeto a su buen criterio y capacidad de entendimiento para comprender que cuando se conocen situaciones de abuso que pueden no ser ilegales sí son de todos modos censurables éticamente.
Una de las características de la modernidad es que la moral se hace difusa, y al margen de que ello sea o no deseable, lo concreto es que se hace virtualmente imposible que cualquiera trate de asumir posiciones de mayor altura moral que otros por la sencilla razón de que en Chile todos nos conocemos, y todos sabemos que la mayoría tiene tejado de vidrio.
En una sociedad sana y madura, se esperaría que las autoridades y dirigentes políticos tuvieran la sabiduría y humildad para reconocer que no están habilitados para juzgar a los demás, y dejar que sean las instituciones las que actúen libres de presiones cuando se conocen hechos irregulares, por la sencilla razón de que la ciudadanía sabe quién es quién.
Hay que considerar que, a pesar de las señas de envejecimiento de la población, Chile es un país joven en el que la mitad de sus habitantes no conoció la conducta de los políticos antes de 1973, e incluso muchos recuerdan apenas el período pinochetista, por lo que no es raro que suenen extrañas las declaraciones que suponen falta de moral a quienes estuvieron en uno u otro bando en esa época indudablemente difícil, e incluso que se cuestione a quienes ni siquiera estuvieron en el país en esos años sin importar que esa situación ocurriera por su propia voluntad o por imposición de las autoridades de entonces.
Aunque la juventud del público pudiera ayudar a quienes emprenden la tarea de convencer a la audiencia de la honorabilidad de unos y del pasado cargado de culpas de otros, la inteligencia de los votantes no permite que las cosas se puedan exponer en blanco y negro. La gente quiere matices, y cuando se planteó el tema del empoderamiento (palabra no existente en el Diccionario de la Real Academia) de la ciudadanía, se abrió la puerta para que las personas tomaran conciencia de sus derechos como electores (es decir, una figura similar a la del consumidor de bienes y servicios) y exigieran respeto a su buen criterio y capacidad de entendimiento para comprender que cuando se conocen situaciones de abuso que pueden no ser ilegales sí son de todos modos censurables éticamente.
Una de las características de la modernidad es que la moral se hace difusa, y al margen de que ello sea o no deseable, lo concreto es que se hace virtualmente imposible que cualquiera trate de asumir posiciones de mayor altura moral que otros por la sencilla razón de que en Chile todos nos conocemos, y todos sabemos que la mayoría tiene tejado de vidrio.
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