CRISIS DE CRECIMIENTO CIUDADANO
Es un hecho de la causa que cuando se planteó la actual administración como un gobierno para los ciudadanos, o asimismo cuando se exponía que lo que los electores querían era que los políticos abordaran los asuntos que le importaban a la gente, se abrió un generoso espacio para el desarrollo de la conciencia de los ciudadanos respecto a sus derechos como “clientes” de la actividad política, y cada vez más se cuenta con una masa de personas que exigen que se respeten no sólo ya sus derechos sino que, también, su inteligencia y dignidad.
Esa es la razón de que los últimos escándalos causen más impacto que en el pasado, aun cuando no eran novedad, y es la razón también que obliga a los dirigentes políticos a cambiar su actitud frente a las situaciones que ponen en cuestión su integridad. Para el público no basta como explicación que se acuse al bando contrario de intentar obtener provecho político recurriendo a hechos o afirmaciones más o menos ciertas porque siente que no se está respetando su inteligencia con declaraciones que, más que buscar soluciones a los problemas, están tratando de sacar algo de ventaja sin aportar nada a cambio.
Es por lo anterior también que el escándalo protagonizado por un sector determinado de la vida política nacional termina afectando al conjunto de los actores políticos, porque a los ojos de la ciudadanía todos participan en un espectáculo que, en el momento puede parecer muy intenso, pero respecto al cual se percibe que, en definitiva, no se saca nada en limpio.
Corrupción ha habido siempre, aunque en determinados períodos pudo no conocerse en detalle, y el hecho de que se conozcan los casos de abusos no exculpan a los responsables. En Chile, la cultura política contempla actitudes como los caudillismos y los compadrazgos, por lo que no es de extrañarse que ocurran situaciones reprochables.
Lo que sí es censurable, en todos los casos, e incluso puede revestir el carácter de amenaza para la credibilidad del sistema político y eventualmente de la propia democracia, es que cada crisis no se traduzca en soluciones, que después de cada escándalo las cosas sigan iguales. En definitiva, que los dirigentes no tengan la misma velocidad de madurez cívica que ha caracterizado en los últimos años a la ciudadanía.
El problema de ello es que se va produciendo un ahondamiento del divorcio entre la gente y sus representantes en el poder político, y cuando ese abismo sea insalvable no habrá forma de que los actuales actores políticos puedan asumir la representación de una ciudadanía que no les cree ni les tiene confianza.
Esa es la razón de que los últimos escándalos causen más impacto que en el pasado, aun cuando no eran novedad, y es la razón también que obliga a los dirigentes políticos a cambiar su actitud frente a las situaciones que ponen en cuestión su integridad. Para el público no basta como explicación que se acuse al bando contrario de intentar obtener provecho político recurriendo a hechos o afirmaciones más o menos ciertas porque siente que no se está respetando su inteligencia con declaraciones que, más que buscar soluciones a los problemas, están tratando de sacar algo de ventaja sin aportar nada a cambio.
Es por lo anterior también que el escándalo protagonizado por un sector determinado de la vida política nacional termina afectando al conjunto de los actores políticos, porque a los ojos de la ciudadanía todos participan en un espectáculo que, en el momento puede parecer muy intenso, pero respecto al cual se percibe que, en definitiva, no se saca nada en limpio.
Corrupción ha habido siempre, aunque en determinados períodos pudo no conocerse en detalle, y el hecho de que se conozcan los casos de abusos no exculpan a los responsables. En Chile, la cultura política contempla actitudes como los caudillismos y los compadrazgos, por lo que no es de extrañarse que ocurran situaciones reprochables.
Lo que sí es censurable, en todos los casos, e incluso puede revestir el carácter de amenaza para la credibilidad del sistema político y eventualmente de la propia democracia, es que cada crisis no se traduzca en soluciones, que después de cada escándalo las cosas sigan iguales. En definitiva, que los dirigentes no tengan la misma velocidad de madurez cívica que ha caracterizado en los últimos años a la ciudadanía.
El problema de ello es que se va produciendo un ahondamiento del divorcio entre la gente y sus representantes en el poder político, y cuando ese abismo sea insalvable no habrá forma de que los actuales actores políticos puedan asumir la representación de una ciudadanía que no les cree ni les tiene confianza.
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