Los que no se arrepiente
En
la doctrina religiosa, casi sin diferencias, el perdón sólo se le puede
entregar al que se ha arrepentido de sus faltas. Para borrar el pecado, es necesario que se
asuma que el acto obrado es una falta y se haga lo posible por reparar el daño
causado. En suma, que existe un sincero
arrepentimiento.
En
la doctrina de los derechos humanos que tanto nos ha costado ir aprendiendo,
sin que el principio esté extendido aún a todos los sectores de la sociedad,
rige la misma norma. Sin
arrepentimiento no hay perdón, aunque en ese caso el perdón no significa la
amnistía de las sanciones penales que correspondan porque el perdón alcanza
sólo la esfera moral y no judicial.
En
política, la falta es castigada con la pérdida del apoyo en las
votaciones. Si un partido peca -es
decir, no cumple con lo que ha prometido e incurre en el abuso del poder-
pierde la confianza del electorado y se ve obligado a dejar el poder. Para poder acceder nuevamente al poder, debe
mostrar, al igual que el pecador, el arrepentimiento correspondiente, o sea
reconocer que se ha actuado mal y reparar el daño causado.
Cuando
la Concertación perdió el poder en las elecciones del 17 enero del 2010,
después de dos décadas a cargo del país, no fue solo porque el actual
Presidente Sebastián Piñera fuera un candidato más atractivo que su contendor
Eduardo Frei, sino porque muchos quisieron un cambio, por el cansancio
acumulado por los hechos de corrupción que afectaron la última parte de los
gobiernos concertacionistas y por errores como la implementación del
Transantiago.
Ahora
las encuestas indican la posibilidad que la Concertación vuelva al Gobierno,
también a causa de la baja popularidad del Presidente Piñera, pero las
declaraciones al comienzo de la actual administración respecto al
reconocimiento de sus errores no han tenido correspondencia con sus actos, como
lo demuestra la incapacidad de la oposición para someter a una elección
primaria a sus precandidatos al Parlamento, siendo que fue la propia Concertación la
que más bregó por un sistema que abriera a la ciudadanía la participación en la
tarea de elegir los nombres de quienes se presentarían finalmente a las
elecciones para renovar la totalidad de la Cámara de Diputados y la mitad del
Senado. Si se trataba de demostrar que
se había entendido el clamor ciudadano por una mayor participación, se perdió
la única oportunidad de expresarlo con hechos concretos y eso es un pecado
político grave del que no ha habido tampoco arrepentimiento.
Es
un hecho que la UDI tampoco participará en primarias –al final sólo lo hará
Renovación Nacional y exclusivamente para diez distritos- pero no fueron ellos
los que pidieron majaderamente las primarias.
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