Guerra
En
la historia nacional siempre ha habido un enfrentamiento duro entre facciones
políticas adversas, desde O’Higinnistas y Carreristas, Pipiolos y
Pelucones. En el Gobierno de Frei padre,
por ejemplo, los partidos de la Unidad Popular rechazaron la posibilidad de
apoyar al candidato DC en las elecciones siguientes con el famoso “Con Tomic ni
a misa”.
La
guerra civil contra Balmaceda es el único de estos enfrentamientos que calificaría
como una guerra, porque lo ocurrido durante la dictadura no fue una guerra ni
se trataba de una disputa por razones ideológicas, sino de la recuperación de
la democracia.
Tampoco
hubo guerra cuando los mismos que defienden a Beyer aprovecharon exactamente la
misma institucionalidad para destituir a la entonces ministra Yasna Provoste.
Guerra
es cuando hay dos bandos armados disparándose con balas de verdad. Lo que hay
es una disputa política y nada más. No
hay que exagerar. Y menos cuando el
primo del ministro es el amigo del cuñado del senador y al final todos se
encuentran en el matrimonio de la hija del dirigente de los empresarios con el
hijo del juez. En Chile rige una
democracia en la que los puestos altos difícilmente son accesibles para quien
no pertenece a alguna de las familias tradicionales de la política nacional, y
no es posible una guerra entre familiares.
Pueden dejar de hablarse los hermanos, los padres y los hijos, pero nunca
llegan a las armas, así que hay distinguir las declaraciones de Carlos Larraín
como una muestra más de su ininteligible sentido del humor.
Otra
cosa que hay que considerar además es que, pese a todas las manifestaciones
rimbombantes de unos y otros, en esencia Gobierno y oposición coinciden en
muchos asuntos, comenzando por entronizar la valoración de la economía de
mercado como valor superior a la política.
Mientras los que se oponen a esa visión no alcancen el poder, no hay
posibilidades reales de disputas políticas en serio y todo se reduce a poner
más o menos énfasis en asuntos puntuales, como las políticas sociales, pero la
esencia del modelo chileno se mantendrá intacta y la estructura política
seguirá sin muchas mutaciones, incluyendo las bravatas.
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