Ser o no ser
El
episodio de la candidata Bachelet rehusando con un “paso” responder al
emplazamiento para que se haga cargo de lo bueno y lo malo de su gobierno,
junto al esperable y lógico aprovechamiento de los demás candidatos para sacar
ventajas de la situación, demuestra con toda claridad que los postulantes a La
Moneda entienden perfectamente el poder de la opinión pública expresado a
través de las redes sociales o, por lo menos, han terminado de entenderlo por
las reacciones a este capítulo en particular.
La
comprensión del fenómeno de las redes sociales es un asunto enteramente
distinto del convencimiento que pueda existir respecto de que es necesario
hacer caso a la expresión de las opiniones de la gente, porque hay que tener
siempre presente que en política los actos no siempre coinciden con las
declaraciones explícitas que se hagan sobre la materia, pero son los actos los
que representan realmente el pensamiento de los dirigentes políticos.
Hay
que recordar asimismo que aún no está demostrado que estas herramientas proporcionadas
por las redes sociales -sobre todo Twitter y Facebook- sirvan para que la
voluntad mayoritaria de la ciudadanía se imponga efectivamente a la clase
política, aunque los teóricos de las comunicaciones y de la política tengan ya
asimilado que, por lo menos hasta ahora, todo indica que la evolución va en ese
sentido y la sustitución de la democracia representativa por una democracia
participativa.
Sí
está demostrado que la organización de la gente a través de estas redes sí
sirve para conseguir resultados concretos en asuntos específicos, pero también
es evidente que no siempre se obtiene la participación de las personas ni se
obtienen resultados objetivos, y otra cosa muy distinta por su complejidad es
poder constituirse en un factor decisivo para una elección presidencial, en
especial en un país en el que, como en muchas otras naciones, el electorado se
ha acostumbrado a votar por lo que se llama el “mal menor”. Como es poco frecuente que un candidato
despierte un entusiasmo mayoritario de la ciudadanía, resulta electo en
definitiva el que despierta menos recelos, que no es lo mismo que una adhesión
sincera ni mucho menos un respaldo entusiasta.
Lo
que está en cuestión es si en esta elección presidencial el peso de las redes
sociales será advertido o seguirá siendo una aspiración aún no concretada de
los partidarios de estas nuevas formas de comunicación social, que se
desarrollan al margen de los medios de prensa tradicionales y, por supuesto, de
la institucionalidad de los partidos políticos.
El riesgo es que, si no resultan gravitantes, las redes sociales pierdan
el impulso que han demostrado hasta ahora y se restrinjan las alternativas para
la renovación de la política. Esa es la
cuestión. Ser o no ser.
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