Estar solo
Joseph
Ratzinger ha anunciado su decisión de renunciar a su trabajo, lo que no tiene
nada de particular aunque ese puesto sea el de Papa, si no fuera por el hecho
que esa medida refleja al mismo tiempo lo que siempre se suele decir, en cuanto
a la soledad del poder.
En
el caso del alemán, esa soledad tan propia de los poderosos lleva aparejada
consigo la contradicción de que está a la cabeza de una iglesia que todos los
domingos ora por él, que se trata de una institución excepcionalmente vertical
en la que uno supondría que basta con que su líder imparta una orden para que
sea obedecida, aun cuando se trate de un asunto que entra en el pensamiento y
la vida privada de las personas.
Resulta
raro entonces que alguien así se sienta solo.
Puede estarlo quien no tiene nadie que lo acompañe o que nadie siquiera
se interese en una conversación, pero no es el caso, como le ocurre a millones
de personas sin las oportunidades de un Papa.
Oficialmente,
Ratzinger ha dicho que carece de las fuerzas para cumplir con sus
responsabilidades. Está en todo su
derecho, pero en los días posteriores se han venido entregando otras
interpretaciones que ponen en duda la efectividad de su supuesto poder y hasta
ahora se ha dicho incluso que la idea de retirarse a un monasterio dentro del
territorio del Vaticano -un estado independiente, hay que recordarlo- incluye
el propósito de eludir cualquier obligación de responder ante la justicia casi
por cualquier tipo de investigación en la que pudiera estar relacionado, ya sea
directa o indirectamente, por acción u omisión.
Sin
duda, eso es estar solo, como un dictador que ha perdido su autoridad y no le
queda más defensa que el dinero que pudo acumular en su momento. Es bastante triste que el representante de
Dios, una autoridad moral que debiera ser sinónimo de intachabilidad, esté
expuesto a ese escenario de tener que autorecluirse para no responder por sus
actos.
Algo
se hizo mal y es difícil pensar que Ratzinger o los oscuros vericuetos del
poder pontificio sean los únicos responsables, pero lo concreto es que en estos
días cuesta encontrar personas interesadas en asumir un cargo que
tradicionalmente estuvo tan rodeado de honor, prestigio y poder.
Es probable que alguien siga rezando por
Ratzinger porque, como dice la sabiduría popular, a nadie le falta Dios, aunque
sus propios representantes hayan faltado a sus deberes de forma que toda la
majestad moral que acompañaba el cargo de Papa esté puesta ahora en duda.
0 Comments:
Post a Comment
<< Home