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Location: Quilpué, Valparaíso, Chile

Soy periodista y comentarista político.

Sunday, February 12, 2012

Los buenos y los malos

Tanto lo ocurrido con el juez español Baltasar Garzón como el anuncio de la formalización de cargos contra algunas autoridades por la forma de reaccionar ante el terremoto del 2010 revelan un elemento que subyace en el alma nacional y que es uno de los factores que impiden nuestro progreso: Se trata de la tendencia a culpar y a exculpar a cualquiera, dependiendo de la simpatía o antipatía que se le tenga.

Esto implica una total incapacidad para juzgar y opinar sobre los hechos de interés. La objetividad no existe y todos son clasificados casi instintivamente en buenos o malos, como si se tratara de una película de vaqueros, y los buenos nunca se equivocan y los malos siempre tienen oscuras intenciones y deben ser condenados.

De esta forma, al Gobierno rara vez se le reconoce algo bueno y la oposición siempre es la culpable de los males del país, dependiendo del punto de vista que se tenga. Garzón está bien sancionado porque osó perseguir judicialmente a Pinochet y al franquismo o está siendo víctima de una persecución política por parte de los defensores de los personajes que trató de procesar. La administración Bachelet cometió un delito por no reaccionar frente al maremoto o se trata sólo del propósito de dañarla porque es la figura con mejor proyección electoral.

Nunca se ven las cosas de acuerdo a la objetividad, la prudencia y el reconocimiento real de los hechos.

En un país que ve las cosas en blanco y negro, que cree que se trata de meterle un balazo de vaquero justiciero al contrincante simplemente porque es el “malo” de la película, resulta difícil, si no imposible, construir consensos y todo termina entregado al juego de mayorías y minorías. Si la mayoría decide que el color rosado es blanco, será así hasta que las mayorías cambien y se imponga la visión de quienes crean que es negro.

Hay que decir entonces que la vida no es en blanco y negro, que los héroes se equivocan incluso en nombre de sus buenas intenciones, que los adversarios son capaces de hacer bien las cosas y que todos tienen el derecho de tener la opinión que quieran pero que tienen, al mismo tiempo, la obligación de informarse para formular sus juicios y de trascender sus esquemas previos de pensamiento para pensar sin prejuicios.

Las sociedades verdaderamente modernas no se miden por el nivel de las remuneraciones o la cantidad de electrodomésticos en su casa, sino por su capacidad de reflexionar y de opinar de manera madura y responsable. Por ahora, somos como niños que defendemos o atacamos dependiendo de si se trata de un amigo.