GOBERNANDO FRENTE AL ESPEJO
Posiblemente es prematuro hacer un balance de la gestión del actual Gobierno, aunque al cumplirse un año de su mandato ya es posible reconocer algunas tendencias que, es lo presumible, se mantendrán por los tres años siguientes que restan del presente período presidencial.
El temor de que se realizaría una gestión completamente volcada a los intereses empresariales se ha diluido, sin perjuicio de que con cierta constancia hay algunos aspectos en las iniciativas gubernamentales favorables a esos grupos y que no son claramente explicitadas ante la opinión pública. La razón es muy simple: Con mantener las políticas económicas implementadas por la Concertación es suficiente.
Tampoco se ha caído en un frenesí populista en favor de los sectores más pobres, y nuevamente la explicación es la misma. Basta mantener las políticas sociales implementadas por la Concertación.
Y cuando se trata de errores, ¿es necesario decir que nuevamente la responsabilidad es de la Concertación? A ello hay que exceptuar, por supuesto, las fallas causadas por la personalidad del propio Presidente -incluyendo citas risibles que afectan su credibilidad y dificultades para comprender las limitaciones del cargo-, cuya autoría le es indiscutible, pero cuando se trata de vicios y equivocaciones en mandos medios es un calco de lo que ocurrió durante las administraciones anteriores. Hasta cuando se trata de evacuar a la población preventivamente por los posibles efectos del tsunami se aprovecha de hacer la comparación con lo que pasaba antes.
En síntesis, la promesa de implementar una nueva forma de gobernar y de impulsar cambios tan profundos que prácticamente asistiríamos a una nueva República, a la refundación del país, no ha pasado de ser un recurso retórico y propagandístico porque, en la práctica se ha gobernado con el espejo en la mano, mirando hacia el pasado en lugar de fijar la vista en el futuro.
Para todo lo bueno y lo malo, el Gobierno del Presidente Piñera utiliza como referente a la Concertación, como si sufriera una suerte de complejo, similar al del hijo que se compara de manera permanente con el padre, salvo que en este caso se suponía que habría diferencias entre la Alianza y la Concertación.
Y esto es tan así que algunos partidarios de la Concertación ven con auténtico pesar y algo de vergüenza que algunas medidas que sus propios gobiernos dilataron son asumidas por la actual administración, sin las complicaciones que los imposibilitaron en el pasado, como ha sido con el caso de la extensión del post-natal en el que, por tener un discurso contrario a la iniciativa, algunos dirigentes de la oposición han llegado a asumir la defensa de las mujeres de mayores ingresos, que es una labor que uno naturalmente esperaría de parte de los voceros de la Derecha.
El temor de que se realizaría una gestión completamente volcada a los intereses empresariales se ha diluido, sin perjuicio de que con cierta constancia hay algunos aspectos en las iniciativas gubernamentales favorables a esos grupos y que no son claramente explicitadas ante la opinión pública. La razón es muy simple: Con mantener las políticas económicas implementadas por la Concertación es suficiente.
Tampoco se ha caído en un frenesí populista en favor de los sectores más pobres, y nuevamente la explicación es la misma. Basta mantener las políticas sociales implementadas por la Concertación.
Y cuando se trata de errores, ¿es necesario decir que nuevamente la responsabilidad es de la Concertación? A ello hay que exceptuar, por supuesto, las fallas causadas por la personalidad del propio Presidente -incluyendo citas risibles que afectan su credibilidad y dificultades para comprender las limitaciones del cargo-, cuya autoría le es indiscutible, pero cuando se trata de vicios y equivocaciones en mandos medios es un calco de lo que ocurrió durante las administraciones anteriores. Hasta cuando se trata de evacuar a la población preventivamente por los posibles efectos del tsunami se aprovecha de hacer la comparación con lo que pasaba antes.
En síntesis, la promesa de implementar una nueva forma de gobernar y de impulsar cambios tan profundos que prácticamente asistiríamos a una nueva República, a la refundación del país, no ha pasado de ser un recurso retórico y propagandístico porque, en la práctica se ha gobernado con el espejo en la mano, mirando hacia el pasado en lugar de fijar la vista en el futuro.
Para todo lo bueno y lo malo, el Gobierno del Presidente Piñera utiliza como referente a la Concertación, como si sufriera una suerte de complejo, similar al del hijo que se compara de manera permanente con el padre, salvo que en este caso se suponía que habría diferencias entre la Alianza y la Concertación.
Y esto es tan así que algunos partidarios de la Concertación ven con auténtico pesar y algo de vergüenza que algunas medidas que sus propios gobiernos dilataron son asumidas por la actual administración, sin las complicaciones que los imposibilitaron en el pasado, como ha sido con el caso de la extensión del post-natal en el que, por tener un discurso contrario a la iniciativa, algunos dirigentes de la oposición han llegado a asumir la defensa de las mujeres de mayores ingresos, que es una labor que uno naturalmente esperaría de parte de los voceros de la Derecha.
Labels: Andrés Rojo, gobierno, política, Sebastián Piñera
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