SER OPOSICION
Llama la atención la forma en que los partidos de la Concertación están debatiendo su nuevo rol como opositores al Gobierno que asumirá el próximo 11 de marzo, especialmente por el hecho de que, hasta esa fecha, no hay forma posible de ejercer la oposición.
En cualquier actividad humana se es opositor a aquello que se enfrenta, pero en el caso de la política el calificativo de opositor le corresponde a aquellos grupos que no forman parte del Gobierno, es decir a la Concertación, al Juntos Podemos, quienes votaron por Marco Enríquez-Ominami, los que optaron por el voto blanco o nulo y todos los que no concurrieron a sufragar por sentirse marginados del proceso político, por no estar inscritos e, incluso, por preferir las vacaciones, pero es entre la Concertación exclusivamente que se debate cuál será su perfil como opositores.
Desde cierto punto de vista ello resulta lógico, porque el actual pacto gobernante lleva dos décadas en La Moneda y su experiencia inmediatamente anterior como oposición fue en relación a una dictadura, por lo que el único modelo válido de comparación sería el período de Jorge Alessandri (1958-1964), época en la que las corrientes de izquierda no dudaban en declararse marxistas y en que entre ellos y la entonces naciente Democracia Cristiana no había diálogo posible.
Las circunstancias son distintas, como también lo son algunos supuestos que le permitieron a la Concertación esgrimir su legitimidad democrática como base sustancial de su derecho a ejercer el Gobierno. Enfrentar a una derecha que, en apariencia, ha completado el camino de la renovación; que se ufana de tener mejor capacidad para cumplir con las tareas de la administración y que, sobre todo, ha triunfado en las urnas, constituye un escenario no solamente novedoso para la Concertación sino que, principalmente, insospechado hasta no hace mucho tiempo atrás.
Hasta ahora, las figuras visibles de la Concertación se han debatido entre comprometer una oposición dura e intransigente al Presidente electo o aceptar, aunque sin decirlo, su invitación a participar de acuerdos sobre las cuestiones centrales de su programa.
Pero antes de definir el tipo de oposición que se hará, el sentido común indica que se debe esperar a que las siguientes autoridades se instalen y comiencen a actuar porque, por ahora, se está organizando una oposición a la actual oposición, se cuestionan supuestos propósitos e incluso la participación de determinadas personas en un Gobierno que aún no inicia su rodaje, y hacer oposición en esas circunstancias parece más obcecación que cualquier otra cosa o bien una obsesión por mirarse el ombligo.
En cualquier actividad humana se es opositor a aquello que se enfrenta, pero en el caso de la política el calificativo de opositor le corresponde a aquellos grupos que no forman parte del Gobierno, es decir a la Concertación, al Juntos Podemos, quienes votaron por Marco Enríquez-Ominami, los que optaron por el voto blanco o nulo y todos los que no concurrieron a sufragar por sentirse marginados del proceso político, por no estar inscritos e, incluso, por preferir las vacaciones, pero es entre la Concertación exclusivamente que se debate cuál será su perfil como opositores.
Desde cierto punto de vista ello resulta lógico, porque el actual pacto gobernante lleva dos décadas en La Moneda y su experiencia inmediatamente anterior como oposición fue en relación a una dictadura, por lo que el único modelo válido de comparación sería el período de Jorge Alessandri (1958-1964), época en la que las corrientes de izquierda no dudaban en declararse marxistas y en que entre ellos y la entonces naciente Democracia Cristiana no había diálogo posible.
Las circunstancias son distintas, como también lo son algunos supuestos que le permitieron a la Concertación esgrimir su legitimidad democrática como base sustancial de su derecho a ejercer el Gobierno. Enfrentar a una derecha que, en apariencia, ha completado el camino de la renovación; que se ufana de tener mejor capacidad para cumplir con las tareas de la administración y que, sobre todo, ha triunfado en las urnas, constituye un escenario no solamente novedoso para la Concertación sino que, principalmente, insospechado hasta no hace mucho tiempo atrás.
Hasta ahora, las figuras visibles de la Concertación se han debatido entre comprometer una oposición dura e intransigente al Presidente electo o aceptar, aunque sin decirlo, su invitación a participar de acuerdos sobre las cuestiones centrales de su programa.
Pero antes de definir el tipo de oposición que se hará, el sentido común indica que se debe esperar a que las siguientes autoridades se instalen y comiencen a actuar porque, por ahora, se está organizando una oposición a la actual oposición, se cuestionan supuestos propósitos e incluso la participación de determinadas personas en un Gobierno que aún no inicia su rodaje, y hacer oposición en esas circunstancias parece más obcecación que cualquier otra cosa o bien una obsesión por mirarse el ombligo.
Labels: Andrés Rojo, Concertación, gobierno, oposición, política, Sebastián Piñera
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