Los Blancos y los Negros
Todavía
no empieza legalmente la campaña electoral y ya está claro que el tono del
debate público de los próximos tres meses y medio será el de la
confrontación. Una derecha culpando a
una izquierda de haberlo hecho todo mal, y una izquierda acusando a la derecha
de incapacidad para hacer bien las cosas que iba a hacer mucho mejor, y entre
los dos polos -o a sus costados- varios candidatos menores que reclaman mayor
atención, quejándose que los grandes les arrebatan todo el protagonismo, además
de acaparar el propio sistema político desde hace un cuarto de siglo.
Es
normal que en períodos electorales se recurra a la simplificación y a los
estereotipos para hacer llegar el mensaje propio con más claridad, pero sería
recomendable que no se exagere esta estrategia, en especial cuando esta será la
primera elección presidencial y parlamentaria con votación voluntaria. No a todo el mundo le gusta un mundo en
blanco y negro en que los candidatos se dividen entre los buenos y los malos. A algunos les gustan los matices de colores,
y que los candidatos propongan ideas propias en lugar de atacar los
planteamientos de sus contendores ocasionales.
No
se trata sólo de las obviedades, como no destruir la propaganda de la
competencia o contratar verdaderos delincuentes como brigadistas, sino de ir
construyendo entre todos un sistema político basado en el aporte positivo en
vez de las estrategias negativas. Se
trata también que los juicios sobre los otros y sobre la realidad no sea en
blanco y negro. Ni nadie es tan divino
que no se equivoque, ni nadie es tan perverso que todo lo haga mal, a propósito
y para dañar a los demás,
Cuando
se explican las virtudes de las candidaturas propias en lugar de rebajar al contrincante
se atrae a un electorado que adhiere de verdad a los postulantes en lugar de
resignarse a votar por el que ha sido menos calumniado.
Ya
somos un país con una idiosincrasia que se basa en destruir a la competencia
más que en resaltar los méritos, y si los candidatos siguen esa misma línea de
acción se refuerza un código de conducta que no es sano y nos limita seriamente
en nuestras posibilidades de desarrollo desde todos los puntos de vista.
No
hay que olvidar que, al final, no va a ganar quien consigue denostar mejor a
sus contendores, sino quien atraiga a los locales de votación a más personas, y
esa convocatoria sólo se puede hacer en base a una campaña con contenidos
reales, novedosa y positiva.
¿Es
iluso? Seguramente, pero una de las debilidades de nuestra política es que no
ofrece sueños.
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