OPORTUNIDAD DE ORO
La Alianza por Chile -la Derecha para algunos, Centro-Derecha para otros- ha cargado desde el término de la dictadura con el estigma de su apoyo a Pinochet y ha estado buscando en cada momento la forma de legitimarse a los ojos de la ciudadanía para aspirar con realismo al poder, y hoy gracias a la Concertación se encuentra a un paso de lograrlo. La imagen de niño explorador de Joaquín Lavín estuvo a punto de lograr el milagro de la credibilidad, pero no fue suficiente y esa estrategia no se puede repetir.
A pesar de sus tendencias al suicidio y al canibalismo de sus posibles líderes, la tozudez del Gobierno y la ceguera de los responsables de la estrategia política de largo plazo en Palacio, le están regalando en bandeja de oro a la Alianza la posibilidad de demostrar la sinceridad de su vocación política y su real disposición a contribuir a la solución de las necesidades de la gente.
No se trata ya de la democracia de los acuerdos que impulsaron Andrés Allamand y Edgardo Boeninger con Enrique Correa a comienzos de los '90, porque el objetivo no es asegurar la estabilidad institucional de un recién estrenado sistema democrático, objetivo superior a cualquier legítima ambición partidista o personal por hacerse del Gobierno. Ahora la competencia electoral está desatada, y a menos de la mitad de su ya breve mandato la Presidenta Bachelet se quedó sin mayoría en el Congreso Nacional, que no es lo mismo que decir que el control lo tenga la oposición. No se trata de hacer salvatajes para ninguna crisis sino de demostrar con hechos cómo gobernaría la Alianza en Chile, si llegara a La Moneda.
Encerrada en sí misma y girando autocomplaciente en la contemplación de su propio ombligo, la Concertación ha permitido la salida por efectos de la fuerza centrífuga de unos pocos votos en el Senado y la Cámara, pero que son suficientes para inclinar la balanza del poder hacia la oposición, y si no se entiende ese dato el Gobierno estará condenado a calentar la silla hasta las siguientes elecciones, perdiéndose dos años claves para el sueño de avanzar hacia el progreso en un mundo cada vez más competitivo, intenso y globalizado. Si en este período las fuerzas de la Alianza logran llevar adelante sus propios proyectos y demostrar que son ciertos los slogans acerca de los "problemas reales de la gente" predicados por años, se producirá una real alternativa de Gobierno que, hasta ahora, ha sucumbido a las acusaciones concertacionistas de falta de compromiso democrático y de exceso de vinculación con el poder económico.
Precisamente esas críticas son las que ahora dañan el prestigio de una Concertación que no está siendo capaz de soportar la tensión que supone vivir de verdad el pluralismo en sus propias filas ni de convencer a la ciudadanía que se hace algo más que proteger a los grandes inversionistas para que la pobreza se supere por el solo chorreo de la riqueza generada con el esfuerzo de todos.
Resulta preocupante como señal que la estrategia palaciega sea acusar a Flores y Zaldívar de personalismos y a todos los colorines y chileprimeristas de extraviados, porque la gente los conoce y los podrá encontrar simpáticos o antipáticos pero no se puede poner en duda su carrera de servicio al país. Todos ellos han dado argumentos que interpretan el sentir de una ciudadanía que, en su mayoría, aspira a que el Gobierno atienda sus necesidades y proteja el bien común sin desequilibrios en favor de unos y perjuicio de otros, y si eso no se reconoce es poco probable que la Concertación deje de seguir cediendo el protagonismo a una oposición que está demostrando más astucia en un momento clave en el que todos los sectores políticos se preparan para una nueva etapa en la que nuestra imperfecta democracia ya está consolidada y los chilenos sienten que se ha progresado lo suficiente para comenzar a repartir la torta.
A pesar de sus tendencias al suicidio y al canibalismo de sus posibles líderes, la tozudez del Gobierno y la ceguera de los responsables de la estrategia política de largo plazo en Palacio, le están regalando en bandeja de oro a la Alianza la posibilidad de demostrar la sinceridad de su vocación política y su real disposición a contribuir a la solución de las necesidades de la gente.
No se trata ya de la democracia de los acuerdos que impulsaron Andrés Allamand y Edgardo Boeninger con Enrique Correa a comienzos de los '90, porque el objetivo no es asegurar la estabilidad institucional de un recién estrenado sistema democrático, objetivo superior a cualquier legítima ambición partidista o personal por hacerse del Gobierno. Ahora la competencia electoral está desatada, y a menos de la mitad de su ya breve mandato la Presidenta Bachelet se quedó sin mayoría en el Congreso Nacional, que no es lo mismo que decir que el control lo tenga la oposición. No se trata de hacer salvatajes para ninguna crisis sino de demostrar con hechos cómo gobernaría la Alianza en Chile, si llegara a La Moneda.
Encerrada en sí misma y girando autocomplaciente en la contemplación de su propio ombligo, la Concertación ha permitido la salida por efectos de la fuerza centrífuga de unos pocos votos en el Senado y la Cámara, pero que son suficientes para inclinar la balanza del poder hacia la oposición, y si no se entiende ese dato el Gobierno estará condenado a calentar la silla hasta las siguientes elecciones, perdiéndose dos años claves para el sueño de avanzar hacia el progreso en un mundo cada vez más competitivo, intenso y globalizado. Si en este período las fuerzas de la Alianza logran llevar adelante sus propios proyectos y demostrar que son ciertos los slogans acerca de los "problemas reales de la gente" predicados por años, se producirá una real alternativa de Gobierno que, hasta ahora, ha sucumbido a las acusaciones concertacionistas de falta de compromiso democrático y de exceso de vinculación con el poder económico.
Precisamente esas críticas son las que ahora dañan el prestigio de una Concertación que no está siendo capaz de soportar la tensión que supone vivir de verdad el pluralismo en sus propias filas ni de convencer a la ciudadanía que se hace algo más que proteger a los grandes inversionistas para que la pobreza se supere por el solo chorreo de la riqueza generada con el esfuerzo de todos.
Resulta preocupante como señal que la estrategia palaciega sea acusar a Flores y Zaldívar de personalismos y a todos los colorines y chileprimeristas de extraviados, porque la gente los conoce y los podrá encontrar simpáticos o antipáticos pero no se puede poner en duda su carrera de servicio al país. Todos ellos han dado argumentos que interpretan el sentir de una ciudadanía que, en su mayoría, aspira a que el Gobierno atienda sus necesidades y proteja el bien común sin desequilibrios en favor de unos y perjuicio de otros, y si eso no se reconoce es poco probable que la Concertación deje de seguir cediendo el protagonismo a una oposición que está demostrando más astucia en un momento clave en el que todos los sectores políticos se preparan para una nueva etapa en la que nuestra imperfecta democracia ya está consolidada y los chilenos sienten que se ha progresado lo suficiente para comenzar a repartir la torta.
Labels: Concertación, democracia, parlamento, participación, partidos políticos, poder ejecutivo, poder legislativo, política
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