PROBLEMAS EN LA FAMILIA
Tradicionalmente, en la historia republicana de Chile, el ejercicio de la política ha estado reservado a una oligarquía, definida más por el parentesco que por la riqueza, y eso ha implicado un pacto implícito entre adversarios que, a pesar de discrepar con rudeza y hasta con las armas en algunos momentos, terminan protegiéndose entre sí.
Durante décadas, el poder estuvo reservado para un grupo de familias, casi sin que importara si sus integrantes eran de uno u otro partido político. De hecho, es habitual que dentro de estas familias selectas existan representantes en todas las corrientes políticas.
Sin embargo, esta tradición se ha ido viendo amenazada por el surgimiento de una clase media educada y comprometida con el país que eclosionó entre los años ‘60s y ‘70s con nuevas generaciones de líderes que se ganaron un espacio en la política por su capacidad y no por su apellido, sin que ello significara el desplazamiento de los apellidos, ya que esas mismas familias supieron incorporar en su seno a estos nuevos nombres.
Ese -que era el curso natural de renovación de la política nacional- se vio interrumpido con el deterioro sufrido por la educación en las últimas décadas, restringiéndose la educación como factor de movilidad social. Los partidos políticos tampoco aportaron lo suyo en materia de formación de jóvenes y, de esta manera, se ha llegado a un momento en el que, salvo excepciones, los liderazgos y los cargos públicos de importancia están reservados para las personas mayores de los 40 años. Y las familias no han comprendido que es necesario abrir el campo de la política a todas las personas con vocación, en lugar de tratar de absorber la posible competencia.
Esta es una de las causas de la crisis de representación en que se encuentra el ejercicio de la política en Chile, ya que una ciudadanía que es mayoritariamente joven no siente confianza hacia quienes percibe como poco modernos y renovados, no existe un diálogo entre los representados y sus representantes y es ante esta desconexión que se produce el espacio para que se trate de romper el monopolio del poder que ha logrado un grupo de familias por décadas.
Las sociedades, como cualquier cuerpo vivo, tienen que pasar por períodos de transformación, pero cuando se elude el cambio -que no tiene nada que ver con posiciones políticas- se corre el riesgo de que la vida comience una fase de deterioro que es difícil de revertir. La conducta inteligente, entonces, es sumarse a este proceso en lugar de tratar de frenarlo por la vía de generar una imagen de renovación que no es real.
Durante décadas, el poder estuvo reservado para un grupo de familias, casi sin que importara si sus integrantes eran de uno u otro partido político. De hecho, es habitual que dentro de estas familias selectas existan representantes en todas las corrientes políticas.
Sin embargo, esta tradición se ha ido viendo amenazada por el surgimiento de una clase media educada y comprometida con el país que eclosionó entre los años ‘60s y ‘70s con nuevas generaciones de líderes que se ganaron un espacio en la política por su capacidad y no por su apellido, sin que ello significara el desplazamiento de los apellidos, ya que esas mismas familias supieron incorporar en su seno a estos nuevos nombres.
Ese -que era el curso natural de renovación de la política nacional- se vio interrumpido con el deterioro sufrido por la educación en las últimas décadas, restringiéndose la educación como factor de movilidad social. Los partidos políticos tampoco aportaron lo suyo en materia de formación de jóvenes y, de esta manera, se ha llegado a un momento en el que, salvo excepciones, los liderazgos y los cargos públicos de importancia están reservados para las personas mayores de los 40 años. Y las familias no han comprendido que es necesario abrir el campo de la política a todas las personas con vocación, en lugar de tratar de absorber la posible competencia.
Esta es una de las causas de la crisis de representación en que se encuentra el ejercicio de la política en Chile, ya que una ciudadanía que es mayoritariamente joven no siente confianza hacia quienes percibe como poco modernos y renovados, no existe un diálogo entre los representados y sus representantes y es ante esta desconexión que se produce el espacio para que se trate de romper el monopolio del poder que ha logrado un grupo de familias por décadas.
Las sociedades, como cualquier cuerpo vivo, tienen que pasar por períodos de transformación, pero cuando se elude el cambio -que no tiene nada que ver con posiciones políticas- se corre el riesgo de que la vida comience una fase de deterioro que es difícil de revertir. La conducta inteligente, entonces, es sumarse a este proceso en lugar de tratar de frenarlo por la vía de generar una imagen de renovación que no es real.
Labels: Andrés Rojo, política, sistema político
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