Politica e Ideas

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Location: Quilpué, Valparaíso, Chile

Soy periodista y comentarista político.

Sunday, September 30, 2012

Feria de las Vanidades

Es inevitable tener que reconocer que la actividad política queda suspendida durante el mes que media hasta las elecciones municipales. No es que estos comicios sean particularmente importantes, de hecho la prensa se ha concentrado en unas pocas comunas para tratar de sacarle algo de brillo, sino que es una peculiaridad del oficio de la política: Cuando hay elecciones, nada es más importante que asomarse a la calle a repartir folletos, pasearse con banderas y colgar letreros hasta de los semáforos, cuando es posible.


Se podría decir que es como un juego, y quienes lo juegan postergan cualquier otro asunto hasta que termina la partida y se conoce al ganador. Es como si al apostador se le pidiera dejar sus cosas por un momento para preocuparse por hacer un trámite burocrático: Simplemente no puede, no está en su naturaleza.

Lo más triste de esta obsesión, o vicio, es que cuando los candidatos se ponen a jugar se olvidan de tratar de comprender qué espera la gente de ellos. De hecho, ya es tarde cuando empiezan a repartir lápices, calendarios, chapitas. La gente agradece los regalos, por supuesto, pero no tiene idea de cuáles son las diferencias entre un candidato u otro ni de las razones por las que habría de votar por uno u otro.

En las elecciones municipales, el tamaño de las comunas permite en ocasiones tener algún tipo de referencia de los candidatos, pero es difícil esperar que la propaganda proporcione alguna información útil para decidir el voto porque los candidatos parecen estar muy ocupados mirándose el ombligo y dedicados a jugar como para darse cuenta de su responsabilidad como sostenedores del sistema democrático y como pedagogos de la política.

¿Alguien ha visto a algún candidato pronunciándose sobre los cambios que pudieran hacerse al sistema económico, sobre el tema de la educación que tanta atención ha venido teniendo hace más de un año, acerca del modelo de televisión que tenemos?

En esas condiciones, es difícil extraer conclusiones políticas de una elección en la que las razones que llevan a votar por un candidato a alcalde o concejal están dadas porque es el primo lejano del vecino que alguna vez fue amable o porque el postulante se ve simpático en la foto del cartel, a menudo mediatizada por el photoshop.

El país no se va a ver afectado ni en un sentido ni otro con las elecciones municipales porque son comicios estrictamente locales en los que, además, no se discute nada importante. Es casi como para dejarlos que jueguen mientras la gente se mantiene ocupada en cosas realmente relevantes.

Sunday, September 23, 2012

Los chilenitos

            Los chilenitos no son los pasteles típicos de La Ligua o de Curacaví.  No.  Los chilenitos son esos personajes que viven en masa en una ciudad que se levantó en un hoyo entre los cerros, que se trasladan en masa fuera de Santiago para, nuevamente en masa, dedicar un feriado larguísimo a comer y beber.   Son también los que creen que cuando se habla de ellos se habla de todos los chilenos, olvidándose que son tan chilenos como ellos las personas que viven fuera de Santiago y que no pueden circular por las carreteras en sentido inverso porque la masa santiaguina ha colapsado las rutas.

            Es imposible no decir al mismo tiempo que chilenitos son los que se miran a sí mismos en un atasco de varios kilómetros de extensión, en sus autos comprados a plazo que contaminan su propio hogar y se preguntan ¿Qué hemos hecho mal?

            La respuesta es muy sencilla: Lo que han hecho mal es ser demasiados y creer ciegamente en que tienen todos los derechos y ninguna de las responsabilidades.  Ninguna ciudad es capaz de soportar que todos sus habitantes tengan su auto propio, y menos cuando se trata de una urbe encerrada por cerros sin más que tres o cuatro salidas.

            La solución, obviamente, no pasa por repartir números, como en la fila de espera de un servicio público, para tener derecho a salir de paseo.   La solución pasa de manera inevitable por decisiones de fondo.   ¿Es el mercado por sí sólo capaz de resolver quiénes tienen derecho a tener vehículos y quiénes pueden transitar cómodamente por las carreteras?  Sí, pero la discriminación se hace por la vía del costo y eso no lo aceptarán los miles de santiaguinos que creen merecerse la comodidad de un auto.

            ¿Puede el Estado definir quiénes pueden tener autos y circular libremente? Tampoco, porque no se puede coartar el derecho de las personas a comprar lo que desee y a salir de paseo.

            No es fácil encontrar una solución, pero es imprescindible comenzar a buscar un remedio, partiendo por la constatación de que en Santiago no cabe mucha más gente.  La cantidad de farmacias vendiendo ansiolíticos, el nivel de stress confirman que se puede vivir en la capital, pero es difícil pensar en vivir bien, es decir en paz, con seguridad y tranquilidad.   La escala humana se perdió hace mucho tiempo, posiblemente cuando se flexibilizaron por primera vez los límites urbanos.

            El otro paradigma que se debe tener en cuenta para cualquier solución es que Santiago no es Chile ni puede concentrar los recursos de todo el país para resolver las cosas que le han salido mal a la capital.

Sunday, September 16, 2012

Crisis o no crisis

Para poder resolver los problemas, las sociedades tienen que ponerse de acuerdo en los diagnósticos de los asuntos que quieren solucionar. Del mismo modo, cuando se habla de crisis hay que distinguir de qué tipo de crisis se trata. Es algo evidente, que por evidente se pasa por alto.


A propósito de la propuesta de algunos de convocar a una asamblea constituyente para redactar una nueva Constitución que reemplace la actual, la idea fue descartada argumentándose que ese tipo de alternativas sólo se justifica cuando los sistemas políticos están en crisis. Luego, el sistema político chileno no estaría en crisis.

Durante el pasado 11 de septiembre, y a raíz del asesinato del carabinero Cristián Martínez, a manos aparentemente de un joven de 16 años, también se habló de crisis, pero esta vez desde el Gobierno y la ministra Matthei habló de una crisis que incluía las falencias del sistema educacional, de la estructura misma de la sociedad, de los valores.

Habría que agregar entonces un tercer tipo de crisis, que es la incapacidad de los distintos sectores políticos para ponerse de acuerdo en cuestiones tan simples como definir si hay una crisis en el país y cuál es su naturaleza.

Con el propósito de contribuir a este diagnóstico puede ser útil apuntar algunas ideas, como que más del 60 por ciento de los estudiantes egresados de la secundaria no son capaces de comprender adecuadamente un texto ni pueden expresarse por escrito. Parece evidente que en esas condiciones es difícil poder decir qué se quiere, qué no se quiere, qué se debe conservar y qué hay que cambiar.

Del mismo modo, cuando se produce un accidente tan simple como tropezarse con otra persona caminando por la vereda, la reacción de violencia que algunos manifiestan parece demostrar que es imposible tener siquiera la predisposición necesaria para intentar buscar un acuerdo. Algo similar se puede decir de la capacidad de la sociedad para obtener respuestas a sus necesidades, salvo cuando se trata de algo que trasciende a grupos menores y mientras se mantenga esa reivindicación como moda, porque mucha comprensión no hay.

Los mayores podrán confirmar que estas cosas no sucedían antes, y al margen de la veracidad de aquello de que todo tiempo pasado fue mejor, parece ser cierto que se han debilitado el grado de civilización de los chilenos y la solidez de las redes sociales. Crisis o no crisis, hay síntomas claros de que nuestra sociedad está careciendo de los elementos necesarios para evolucionar.

Sunday, September 09, 2012

Nosotros y los Otros

Es importante comprender que, cada vez que nos quejamos de las conductas o de la apatía de los demás, nos estamos quejando de nosotros mismos si es que sólo nos quejamos sin hacer nada.


La sociedad la hacemos todos y si consideramos que no nos gusta una parte determinada de ella, por ejemplo las faltas de consideración por lo demás o a las leyes, la primera responsabilidad por cambiar ello es nuestra. Si insistimos en hacer trampas y exigir a la autoridad que controle a los infractores, caemos en una especie de esquizofrenia mental, en la que nosotros nos diferenciamos de los otros en cuanto sólo los otros merecen ser corregidos, sin detenernos a pensar cuántas veces hemos pasado el semáforo al filo de la luz roja o las veces que nos hemos tentado con modificar levemente nuestras declaraciones tributarias por un pequeño beneficio.

El pensamiento es simple: El Estado no se va a dar cuenta y no le hacemos mal a nadie. Pero resulta que el Estado es el administrador de la sociedad y la sociedad la componemos todos.

Más grave aún es cuando nos quejamos de las deficiencias de la sociedad y no hacemos nada: Que hay pobres, que la salud, la educación deberían ser mejores, que los políticos no nos representan, que los jueces no tienen criterio. Si no nos gusta, hagamos algo. Sería lo lógico, pero así como nos gusta recurrir a los demás para endosarles la responsabilidad de lo que se hace malo, también tendemos a asumir que la tarea de resolver los problemas es de los demás.

En cualquier sistema democrático, los ciudadanos tienen -tenemos- el derecho a exponer nuestras proposiciones y pedir que su materialización sea resuelta a través de las urnas o que, al menos, sean recogidas por nuestros representantes en el Parlamento y el Poder Ejecutivo. Y si no existe la vía constitucional y legal para que se produzca ese proceso, tenemos el derecho a insistir en que se escuche la voz de los ciudadanos.

Es posible que algunas ideas que parecen evidentes, lógicas y completamente merecedoras del apoyo del resto de la sociedad no tengan ese respaldo, porque en democracia no son los iluminados los que deciden sino la mayoría, pero todos tenemos el derecho de proponer ideas.

Hoy algunos proponen asambleas constituyentes o una cuarta urna para que la gente se pronuncie al respecto, pero parecería más productivo avanzar en exigir la realización de plebiscitos periódicos para definir la aprobación o el rechazo de los temas en debate. Sin embargo, eso pasa primero porque los ciudadanos no nos quedemos sentados esperando a que los otros lo hagan.

Sunday, September 02, 2012

El Pueblo

En estos tiempos de campaña electoral y de agitación política, cuando el gobierno ya ha pasado la mitad de su mandato y descubre que sus ministros presidenciables apuran la cercanía de su final, se empieza a hacer recurrente hablar del pueblo. Que el pueblo quiere un cambio, que el pueblo está satisfecho, que el pueblo quiere una asamblea constituyente o, al menos, una nueva Constitución. Sobre todo, se usa eso de “el pueblo quiere…”


En estas condiciones resulta conveniente preguntarse quiénes conforman el pueblo, sabiendo de manera anticipada que no se volverá a hablar de este hasta las siguientes elecciones.

Desde un punto de vista estricto y académico, pueblo somos todos los que habitamos el país, incluyendo a extranjeros y menores de edad. Sin embargo, desde una perspectiva política, se debe reconocer que cuando se habla de pueblo se está pensando sólo en quienes piensan igual o más o menos parecido a quien habla, y que más que referirse a una comunidad determinada se trata de buscar un argumento que sustente las opiniones propias.: “El pueblo cree que …”, “si yo pudiera decidir, el principal beneficiado sería el pueblo…”

No faltan quienes sostienen que el pueblo está cansado de un sistema político y/o económico determinado y, como sumos sacerdotes de ese pueblo, anticipan que lo que quiere el pueblo es tal o cual modelo político.

Ocurre sin embargo, que cuando se le pregunta directamente al pueblo -y la única pregunta directa es la elección o el plebiscito porque las encuestas no sirven para este propósito- el pueblo tiende a tener una opinión diferente a la que habían anticipado sus “intérpretes”.

El pueblo incluye, naturalmente y por un evidente sentido de justicia, a todos los que, desde una u otra perspectiva, se puedan considerar como “enemigos del pueblo” y una de las virtudes de la democracia es que el voto de estos vale exactamente lo mismo que el sufragio de quienes se consideran a sí mismos “salvadores del pueblo”.

Lo más interesante, sin embargo, es que quienes conforman el “pueblo”, es decir todos los que son perseguidos o liberados por algunos pocos que se consideran especiales, son la inmensa mayoría y en una elección son estos los que deciden el destino del país. Recién en ese momento se sabrá si el pueblo está satisfecho o disconforme, más allá de lo que digan los que se han autodesignado como sus representantes.