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Location: Quilpué, Valparaíso, Chile

Soy periodista y comentarista político.

Monday, February 27, 2012

El diagnóstico

Parece evidente que para dar solución a los problemas se requiere, antes que nada, determinar con absoluta claridad, certeza y objetividad la naturaleza del mismo, con el propósito de saber qué es lo que hay que hacer.


Ningún médico dicta un tratamiento sin diagnosticar antes de qué enfermedad se trata y para eso siempre tiene una larga lista de exámenes. Antes los médicos diagnosticaban casi sin tocar al paciente y solían tener éxito. Esa es también, más o menos, la diferencia entre los políticos y los estadistas. El político promedio necesita que sus asesores le digan qué pasa y qué hay que hacer. El estadista tiene una clara percepción de la realidad y está dotado del sentido común necesario para responder a los desafíos que se le plantean.

El problema surge para el político que está desapegado de la realidad y que tiene, además, asesores tan ignorantes como él respecto de las condiciones en las que vive la gente que reclama soluciones a sus problemas. Pedir que alguien tenga la capacidad de anticiparse a las dificultades ya podría parecer desmedido.

Aunque no siempre es tan difícil. En el caso de Coyhaique, por ejemplo, bastaba con saber que los combustibles cuestan casi un 40 por ciento más que en Santiago para prever que el costo de la vida es igualmente desequilibrado y que la gente, tarde o temprano, expresaría su malestar. Pero claro, para eso se requiere de alguien que le diga a la autoridad que el mercado no funciona para las regiones, que la percepción en regiones es que Santiago se lleva lo bueno a costa del sacrificio de las provincias y que la burocracia centralizada se demora años en darse cuenta de cualquier dificultad, por mínima que sea, si se trata de algo que no ocurre en la capital.

Y si se trata de un asesor o de una autoridad local, decir algo tan simple como que la población no está contenta, significa atreverse a correr el riesgo de resultar antipático, lo que es casi lo mismo que caer en desgracia porque al final todos esos cargos son decididos con un criterio político. Lo prudente entonces, cuando se trata de conservar la pega, es quedarse callado simplemente, hasta que revienta la presión acumulada.

En esas circunstancias entonces, que las autoridades centrales no se dignen en ir al lugar de los problemas y sostengan contra viento y marea que las protestas son motivadas por inconfesables objetivos políticos, resulta tan conciliador como patearle las canillas a los negociadores por debajo de la mesa.

En la época del retorno a la democracia, una periodista osó preguntar a los políticos en un programa de televisión sobre el costo del kilo de pan o el valor del pasaje. Ninguno sabía y aparentemente muchos siguen sin saberlo.

Sunday, February 19, 2012

Los Dioses

Habitualmente se dice que el ejercicio de la política es sin llorar, o que hay que tener el cuero duro, pero en estos días se está viendo que muchos lloran porque los acusan de errores en relación a la conducta tenida tras el terremoto del 27 de febrero de hace dos años. Las acusaciones parecen ser peor recibidas en la medida que se las interpreta como un intento por manchar la fachada supuestamente inmaculada de figuras que han sido encumbradas por sus partidarios casi a la categoría de dioses.

Unos acusan que las autoridades de ese momento -doce días antes del cambio de mando- lo hicieron mal y que por su responsabilidad no se emitió una alarma oportuna para salvar a parte de las personas que murieron por el tsunami. Los defensores de estos responden que son las Fuerzas Armadas las que fallaron, además de agregar que las autoridades que asumieron después no han avanzando en la reconstrucción todo lo que se debió haber hecho.

Ambas partes reconocen, como para terminar de redondear la descripción de los hechos, que este tema será relevante para las próximas elecciones municipales, es decir que acusan y se defienden por un interés electoral y no necesariamente por aclarar las responsabilidades políticas, administrativas, civiles y penales que les puedan caber a unos y otros.

También se llora cuando detonan reclamos ciudadanos, a pesar de todas las señales previas respecto a la disconformidad de la gente, porque es una forma de llanto decir que las protestas están orquestadas desde Santiago o que la gente alega porque no está informada de los beneficios que reciben.

Siempre parece ser mejor buscar excusas y culpar a otros que reconocer que uno es el que comete los errores, como si se tratara de ocultar que todos somos humanos y nos equivocamos. Otra cosa es el delito, que requiere la intención deliberada de aprovechar una situación de poder para beneficio propio, pero errar es algo distinto de la que nadie está libre.

Es posible que muchos crean que las personas que han sido electas como autoridades no se equivoquen jamás y de hecho ellos mismos han reforzado esa creencia prometiendo un nivel de eficiencia que refleja dos posibilidades: O de verdad creen que están libres del error o piensan que sólo con mentiras es posible conseguir la adhesión ciudadana necesaria para alcanzar el poder.

Sin duda que no sería necesario que los actores políticos lloren si pudieran llegar a aceptar que son humanos, que se pueden equivocar y que el error los hace más humanos. Les haría bien un poco de humildad y de capacidad de escuchar a la gente de a pie.

Sunday, February 12, 2012

Los buenos y los malos

Tanto lo ocurrido con el juez español Baltasar Garzón como el anuncio de la formalización de cargos contra algunas autoridades por la forma de reaccionar ante el terremoto del 2010 revelan un elemento que subyace en el alma nacional y que es uno de los factores que impiden nuestro progreso: Se trata de la tendencia a culpar y a exculpar a cualquiera, dependiendo de la simpatía o antipatía que se le tenga.

Esto implica una total incapacidad para juzgar y opinar sobre los hechos de interés. La objetividad no existe y todos son clasificados casi instintivamente en buenos o malos, como si se tratara de una película de vaqueros, y los buenos nunca se equivocan y los malos siempre tienen oscuras intenciones y deben ser condenados.

De esta forma, al Gobierno rara vez se le reconoce algo bueno y la oposición siempre es la culpable de los males del país, dependiendo del punto de vista que se tenga. Garzón está bien sancionado porque osó perseguir judicialmente a Pinochet y al franquismo o está siendo víctima de una persecución política por parte de los defensores de los personajes que trató de procesar. La administración Bachelet cometió un delito por no reaccionar frente al maremoto o se trata sólo del propósito de dañarla porque es la figura con mejor proyección electoral.

Nunca se ven las cosas de acuerdo a la objetividad, la prudencia y el reconocimiento real de los hechos.

En un país que ve las cosas en blanco y negro, que cree que se trata de meterle un balazo de vaquero justiciero al contrincante simplemente porque es el “malo” de la película, resulta difícil, si no imposible, construir consensos y todo termina entregado al juego de mayorías y minorías. Si la mayoría decide que el color rosado es blanco, será así hasta que las mayorías cambien y se imponga la visión de quienes crean que es negro.

Hay que decir entonces que la vida no es en blanco y negro, que los héroes se equivocan incluso en nombre de sus buenas intenciones, que los adversarios son capaces de hacer bien las cosas y que todos tienen el derecho de tener la opinión que quieran pero que tienen, al mismo tiempo, la obligación de informarse para formular sus juicios y de trascender sus esquemas previos de pensamiento para pensar sin prejuicios.

Las sociedades verdaderamente modernas no se miden por el nivel de las remuneraciones o la cantidad de electrodomésticos en su casa, sino por su capacidad de reflexionar y de opinar de manera madura y responsable. Por ahora, somos como niños que defendemos o atacamos dependiendo de si se trata de un amigo.

Sunday, February 05, 2012

La hora de los candidatos

La prensa empieza a reaccionar por la proliferación de candidatos presidenciales, tratando de entender por qué, en una fecha en la que recién se comienza a elucubrar con los postulantes a los municipios, ya se empieza a hablar de los potenciales aspirantes a La Moneda, y respecto a este fenómeno novedoso hay varias razones que se suman para entender su origen.


En primer lugar, estamos frente a un Gobierno que, por su bajo respaldo ciudadano, tiene pocas oportunidades de proyectar su legado a través de una segunda administración que siga su línea política. Al mismo tiempo, la oposición formal tampoco parece tener muchas opciones, a menos que Michelle Bachelet vuelva a reflotar un barco que se inclina peligrosamente a las aguas del hundimiento. Eso genera un espacio que es preciso llenar de alguna forma.

Luego, que el mes de febrero, que es tradicionalmente vacío de noticias políticas, en esta oportunidad viene precedido por un año que ha sido intenso de manera inusual. Ello implica la necesidad de mantener el ritmo de la actividad y, ante la ausencia de los actores habituales, se abre un lugar para la irrupción de nuevos protagonistas.

Como se cumple ya la mitad del mandato del actual Presidente y persisten las dificultades para que el Gobierno conduzca la agenda noticiosa, el vacío tiene que ser llenado con nuevas propuestas, que en esta oportunidad no apuntan a satisfacer las aspiraciones de los partidos sino de esa gran cantidad de personas que tienen una pésima impresión de las colectividades políticas y tratan de responder la incógnita que representa la ampliación del padrón electoral como consecuencia de la inscripción automática de los electores y el voto voluntario. El candidato tiene que atraer a los votantes y ya no le basta con esperarlos sentado, confiado en que la gente votará por la línea política de cada nombre en la papeleta.

A ello se agrega la falta de comprensión por parte de los partidos respecto a estos fenómenos. Los partidos están preocupados por la elección municipal porque saben que esta les permitirá aspirar a un piso electoral mínimo. Y está bien que lo hagan, pero la idea de postergar las decisiones presidenciales para después de las municipales parece desafortunada, y es normal que los aspirantes a La Moneda se desmarquen de los partidos para no correr el riesgo de verse atrapados en su lentitud.

Y más aún. La falta de señales positivas por parte de Michelle Bachelet respecto a postular a un nuevo mandato ya hace suponer que simplemente no lo hará, con lo que todo el escenario político se desdibuja y hay que volver a reconstituirlo.

Su ausencia debilita a los partidos de la Concertación y se crean ranuras por las cuales militantes e independientes tienen un lugar por el que asomarse y ver las posibilidades reales de ser competitivos. Para ello, cuentan con la gran ventaja de la mayor visibilidad que les dejan partidos, Gobierno y Bachelet y la cuenta es sencilla. Si hoy aparecen sin opción, tal vez con algunos meses de esfuerzo generan un mayor nivel de adhesión ciudadana. A fin de cuentas, nadie apostaba por Marco Enríquez-Ominami y terminó llevándose el 20 por ciento de los votos, y como para todo esto se necesita tiempo, ¿qué mejor que los meses de verano para empezar, cuando los demás están de vacaciones?